lunes, 20 de julio de 2009

José Angel Trelles

José Angel TrellesJosé Angel Trelles

José Angel TrellesJosé Angel Trelles


Aquel muchacho comido por la emoción y los nervios del debut en Buenos Aires que subió en 1975 al escenario del Teatro Coliseo (¡nada menos!) a cantar, decir e interpretar canciones en portugués, italiano y español junto al Octeto Electrónico de Astor Piazzolla (¡nada menos!), es hoy un artista muy importante del país de los argentinos. Ha pasado mucha agua bajo los puentes del espectáculo, Pepe Trelles se ganó un lugar no solo como cantante solista, actor, pero quizá le quede mejor otro título: cantor nacional, por su permanente compromiso con los grandes músicos y poetas de la Argentina. Una tarea nada sencilla, todo lo contrario, es titánica, bajo unos cielos (los nuestros) que encumbran el facilismo para arrinconar muchas veces el arte, el talento, la capacidad, el estudio (¡si lo sabrán los huesos de Piazzolla!). De aquella noche consagratoria del Coliseo han pasado muchos años. Trelles siempre estuvo cerca de Pîazzolla, y también de Estela Raval, Victor Heredia, Nicolás Mancera, Alberto Cortez, Sandro, Oscar Cardozo Ocampo, Rubén Juárez, Carlos Carella Daniel Binelli, José Ogiviecki, Raúl Lavié, María Graña, Pablo Ziegler,. Ana María Cores, Milva, Camerata Porteña. Es el intérprete que más veces cantó en todo el mundo “María de Buenos Aires”, junto a Horacio Ferrer y un músico fundamental de estos tiempos: Gidon Kremer. El escenario hoy de Trelles es el mundo, con hitos para enorgullecer al artista: Teatro Comunale de Bologna, Carneggie Hall de New York, Tokio Metropolitan, Miraj Hall (Yokohama de Japón). Lleva grabados 16 discos (LP antes; CD’s hoy). Fue protagonista de la comedia musical de mayor suceso en toda la historia teatral de Buenos Aires: “El diluvio que viene”. Decir José Angel Trelles en este 2003, es decir cantorazo en su plenitud y apogeo. Ahora, lo que tiene ganas de decir mirando hacia atrás, el hoy, y espiando el futuro.

Tomando un café, en el almuerzo o cuando íbamos a nadar un rato, El Viejo (*) era un fenómeno, una delicia de persona. Pero cuando se trataba de laburar era a cara de perro. Una vez estábamos preparando el repertorio para ir a Cuba, y marcó: “Vamos con el final de La Bicicleta Blanca”. Yo, canchero, la canté medio de taquito. El Viejo se agarró un embale tremendo, paró el ensayo y me dijo con bronca: “Cantá, carajo, parece que estás haciendo churros con el culo”. Un genio hasta para carajear. Otro día nos agarró un paro de aviones yendo hacia Lima, Perú. Un fastidio bárbaro. Yo trataba de dormir un rato porque se había complicado todo: la llegada, la conferencia de prensa y enseguida venía el recital. En eso pasa por el pasillo, me pregunta como estoy, y yo le digo: “cansado”. Entonces me dice: “¿A vos dónde te gustaría jugar, en Defensores de Cambaceres o en el Milan? Bueno, esto es el Milan y se juega así” El respeto que tenía ese hombre por el espectáculo era enorme: “Hay que estar concentrados, salir al escenario bien vestidos, respetar al que paga una entrada”. Podía perdonar un error pero no la desidia. Y el mismo respeto y cuidado tenía por todos nosotros, los músicos y en mi caso, por los cantantes.

En vuelos muy largos, por lo general, venía el comisario de a bordo y le decía: “Astor, lo invitamos a pasar a Primera”. Pero el Viejo iba siempre y cuando hubiera lugar para todos nosotros, si no se quedaba en Turista.
Yo le debo todo, sin Piazzolla hoy no sería nada. Por lo que fue para mi desarrollo profesional y por las pautas artísticas que me dio, claras y directas. “Escuchá mucho a Gardel y a Goyeneche. Los demás son todos cantores de orquesta, maravillosos pero cantores de orquesta. Los únicos dos solistas en serio fueron Gardel y Goyeneche. Escúchalos y avívate de cómo roban tiempo, siempre van un poquito adelante, para lucir el arreglo y a los músicos”. Una vez le comenté a que mi viejo le gustaba mucho Alfredo Gobbi y que yo también escuchaba sus discos. Le salió una sonrisa enorme y me dijo: “Pibe, por ahí pasamos todos..., todos le sacamos algo, fue el inventor del swing en el tango”.

Soy fanático de Hugo del Carril. Lo amo por su coherencia personal, su conducta, es un ejemplo maravilloso. Cantaba como los dioses pero solo le importaba en función de juntar dinero para hacer un cine comprometido, filmar lo que él sentía y quería. Cuando a mí me dicen que soy un cantor nacional me halagan hasta la última célula. Eso fueron Hugo del Carril o Atahualpa Yupanqui. Cuando yo tenía 20 años tuve un inolvidable encuentro con Yupanqui.
Me dijo: “A veces los cantores se creen más importantes que el repertorio. Enorme error: si usted m’hijito, cuando dentro de 20 o 30 años tenga cuatro o cinco canciones de esas que la gente aplaude apenas usted empieza a cantarlas, se podrá considerar entonces un artista popular”. Es una definición impresionante. Cuando empiezo a cantar Los pájaros perdidos, La bicicleta blanca, Balada para un loco o Qué maravilla Goyo, y la gente aplaude, me conmuevo al pensar en Yupanqui y aquella clase magistral metida en una frase..

En New York me topé con una calle que se llama Jack Dempsey. Una vez salí a caminar por una calle de Santiago de Chile con Antonio Prieto y la gente no lo dejaba avanzar, todo el mundo quería saludarlo. El nuestro, en cambio, es un país injusto con sus artistas populares o los deportistas que hicieron época. ¿Por qué no ponerle Amadeo Carrizo a una calle? ¿Hay qué esperar que se muera? ¿Y si ésa es la ley, donde está la que se llama Angel Labruna, o Floreal Ruiz, o Edmundo Rivero?

Me preocupa mucho el futuro de los pibes que se van a dedicar a la canción o a la música. Mi generación, en cambio, tuvo información generosa. Un chico de hoy que tiene 18 años, ¿sabe quién fue Aníbal Troilo? ¿Silbó alguna vez un tango de Agustín Bardi o una melodía de Yupanqui o Eduardo Falú? Por eso salen esos híbridos que quieren tocar la guitarra como Eric Clapton sin haber escuchado nunca a Roberto Grela.

También me preocupan los que van directo a Piazzolla, sin pasar antes por Eduardo Arolas, Bardi o los hermanos De Caro. No se puede comprender a Piazzolla desde la nada. ¿Cómo se hace? Hay una sola manera: la escuela. La música argentina tiene que entrar como los palotes, después que cada uno decida: le gusta o no le gusta. Pero tuvo la oportunidad. Es la única manera de defender un patrimonio cultural riquísimo.

En mis giras llevo siempre discos de Pugliese, Troilo, Gobbi. Los músicos extranjeros se vuelven locos No digo Piazzolla, ya está, lo reconoce y lo admira el mundo. María de Buenos Aires, la óperita de Astor y Horacio Ferrer se toca en forma permanente en todas partes.. Yo sé de esto, he realizado giras y tengo contratos hasta el 2006 para hacerla con la orquesta de cámara de Gidon Kremer. En Bologna, el cartel anunciando María de Buenos Aires estaba entre Tosca de Puccini con Plácido Domingo y La Traviata de Verdi con Luciano Pavarotti. En la Argentina, digo en Buenos Aires, la operita no sube a un escenario desde su estreno en la década del ’60. Algo nos pasa a los argentinos; tenemos que salir de esta enorme confusión. Alguien va a tener que entrar a un canal de televisión y decir basta de tanta mierda y tanta porquería que embrutece a la gente indefensa.

Un día, cuando estaba a punto de manejar un remise por la falta de trabajo, agarré un mapamundi y lo puse sobre la mesa de mi casa. Me pregunté: ¿Hasta donde llega la música de Piazzolla? Si yo fui su cantante por muchos años, ¿por qué tengo que sentirme derrotado? Y me dije para adentro: esto es mío, voy a actuar en todo el mundo. Y las puertas que aquí se cerraban se me abrieron en el exterior.

La vida de los artistas empieza todos los días. La voz hay que cuidarla, es la herramienta, porque es única, como la huella digital. Yo sigo yendo todos los días a mi maestra de canto, y si estoy de gira hay que encerrarse en la pieza del hotel y hacer los ejercicios. No se puede subir a un escenario a gallear o bastardear una obra. No me lo permite el recuerdo de Piazzolla. Es cierto que como decía Jaime Dávalos con tanta razón, “el miedo es el padre de todas las artes”, pero cantando al lado de Piazzolla yo me sentía Enrico Caruso. Fuente Natalio Gorín en Tango Siglo XXI