Esta pagina ha sido creada para difundir y hacer conocer nuestra música ciudadana "El TANGO" y sus artistas.
Compartimos el lugar con otros géneros, debido a que toda la música es arte, placer y ......
Aquellos que gusten de estos últimos y no conozcan el Tango, lo descubrirán y posiblemente lo empezaran a disfrutar.
sábado, 11 de julio de 2009
Chabuca Granda
María Isabel Granda y Larco (Cotabambas, Perú, 1920 - Miami, 1983), más conocida como Chabuca Granda, fue una cantautora y folclorista peruana. Creó e interpretó un gran número de valses criollos y ritmos afro-peruanos. Su tema más conocido en el mundo es La flor de la canela.
Isabel "Chabuca " Granda nació el 3 de septiembre de 1920, en un asentamiento minero de oro, llamado Ccochasayhuay en Progreso Grau Apurimac, cerca de la provincia de Abancay, ubicada en la región de Apurímac. Esta artista peruana comienza a cantar a los 12 años de edad, y forma parte del coro del elitista Colegio Sophianum de Lima por su voz de soprano. Una operación le produjo la voz grave con la que se dio a conocer. Formó parte del conjunto "Luz y Sombra" junto con Soledad Mujica. Su despliegue personal como cantautora se inicia luego de su divorcio, que fue visto como un escándalo para la sociedad limeña de aquella época.
El primer período de su producción creativa es netamente evocativo y pintoresco; “Chabuca” -–este es el nombre con el que se hizo llamar -– le canta a la Lima antigua, señorial, de comienzos de 1900. Es la ciudad que ella conoció a través de su padre don Eduardo Granda San Bartolomé, la del barrio del Barranco, de grandes casonas afrancesadas, con inmensos portales y jardines de invierno.
A esta etapa pertenecen “Lima de veras”, “La flor de la canela”, “Fina estampa”, “Gracia”, “José Antonio”, “Puente de los suspiros”, “Zeñó Manué” y muchas otras.
Ella rompe la estructura rítmica convencional del vals peruano, y sus melodías, de tesitura muy amplia, alternaron el nuevo lenguaje que propuso con el de los antiguos valses de salón. Su producción también revela una estrecha relación entre letra y melodía, que fue variando con el tiempo hacia una tendencia poética cada vez más sintética.
Más adelante, Chabuca quebrantó incluso las estructuras de la poesía convencional, y el ritmo de las canciones seguirá los pasos de esa evasión de las rimas, consonancias y métricas dadas. A este última etapa pertenece un ciclo de canciones dedicadas a la chilena Violeta Parra y a Javier Heraud, poeta peruano asesinado en 1963.
En sus últimos años, Chabuca Granda interpretó un repertorio ligado al renacimiento de la música afroperuana que, a pesar de haber estado presente en el país, había sido denostada por razones sociales. Manejó con maestría “negra” el abanico de ritmos que enriquecieron la música popular peruana y su poesía tomó el sesgo de la acuarela, el trazo sintético y sugerente de colores y sensaciones.
Su voz y su vasta obra se extendieron más allá de las fronteras de su país. Sus letras han sido cantadas también por intérpretes de todo el mundo, que han visto en sus composiciones una fina y sensible expresión de la música del Perú.
Falleció por una isquemia cardíaca en una clínica de Miami, Estados Unidos el 8 de marzo de 1983. Fuente Wikipedia
viernes, 10 de julio de 2009
Manuel Buzón
BUZON, MANUEL (18 de diciembre de 1904 -14 de julio de 1954) - Pianista - Director y Compositor.
Destacado pianista, director y compositor. Realizó desde muy joven sus estudios musicales recibiéndose como profesor superior de piano en el año 1924.
Comenzó su labor artística ese mismo año como pianista y cantor en LOY Radio Nacional ***. En 1926, fue nombrado director artístico de la misma, desvinculándose en 1928.
En mayo de 1929, viajó a España con una numerosa orquesta. Se presentaron en la Exposición Internacional de Barcelona, distintas ciudades y sobre todo en el Palacio de Oriente donde actuó ante los Reyes. En agosto del mismo año actuaron en el Principal Palace de Barcelona, Teatro Cómico y Radio Barcelona, también (siempre en España), grabó para la empresa RCA Víctor, bajo la marca La Voz del Amo.
Fue para febrero de 1930 tras lograr resonantes éxitos en la madre patria, se embarca nuevamente para Buenos Aires y en agosto de ese año debuta con su orquesta en el teatro Rívoli de la calle Triunvirato del barrio de Villa Crespo. Al año siguiente actúa simultáneamente en LR2 Radio Argentina, LS2 Radio Prieto, LR9 Radio Fénix, pasando de inmediato a Radio El Mundo. También realizó actuaciones en el Teatro Marconi, que estaba ubicado en Rivadavia 2230.
En 1932, actuó al frente de su orquesta por Radio Callao, pionera emisora que con el correr de los años pasó a denominarse Radio Del Plata. Además, se cuenta como el primer director de orquesta típica que actuó por Radio Municipal, en esa oportunidad tenía como cantor de su orquesta a Oscar Carranza.
Entre 1942 y 1943, grabó 16 registros para el sello Odeón con los vocalistas Amadeo Mandarino, que se había incorporado a la orquesta en 1937 y Osvaldo Moreno que era su hermano, y para no usar el mismo apellido, tomó el apellido materno.
De su obra de compositor se recuerdan sus tangos: Cancionero, Al cerrar los ojos, Mediodía, Calla Bandoneón, Tarde gris, Bigotito, La serenata de Ayer, y algunas obras más, siendo su página más difundida la milonga Mano Brava.
*** Como dato adicional respecto a la mencionada estación de radio cabe acotar que en 1929 se le cambió la denominación por la de LR3 Radio Nacional y en 1934 pasó a llamarse Radio Belgrano, llegando la misma a ser una de las más importantes del país, hasta que finalmente en 1993 pasó a ser Radio Libertad. Fuente: Fuente: Gentileza de Héctor Palazzo –Conductor y musicalizador de “Historias de Tango” en la radio “FM Oeste-106.9 MHz”.
jueves, 9 de julio de 2009
Los Mariachis
Mariachis
Los Mariachis cantando
El Mariachi, Un Gran Pedazo Del Corazón Mexicano
Los sentimientos más profundos del alma, las penas y alegrías de los Mexicanos cobran fuerza y emoción en las canciones de un mariachi. Las notas vibrantes de la trompeta o la magia de sus violines hablan lo mismo del amor a una bella mujer que de la desesperación
por la tierra lejana.
La tradición del mariachi tuvo comienzos humildes, y sus raíces están perdidas en el tiempo con poca o ninguna referencia escrita que permita dilucidarlo.
Pequeños conjuntos integrados por una guitarra, un violín, vihuela y arpa animaban fiestas familiares y reuniones, bautizos y bodas, de donde proviene su nombre "mariachi", que el mito popular atribuye a una semejanza con la palabra francesa marriage.
Esta teoría fue rebatida por algunos investigadores, quienes alegaban que el nombre tenia en realidad un origen indígena, versión que no pudo ser comprobada durante muchos años, hasta que en 1981 se encontró en el archivo de una iglesia una carta escrita por el padre Cosme Santa Ana en 1848. La carta iba dirigida al arzobispo de su diócesis y en ella denunciaba los escándalos ocasionados en su pueblo por los "mariachis".
La fecha de esta carta es anterior a la invasión francesa, lo cual desmiente la versión popular de que la palabra sea de origen francés.
La formación de los conjuntos tenia lugar ya en época del imperio austro-húngaro, y los instrumentos cambiaban en algunos grupos según la región. Por ejemplo en el Bajío y en Jalisco tocaban los mariachis, mientras en otras áreas estaban las bandas con instrumentos de percusión.
Así vinieron las bandas de Sinaloa que incluían clarinetes, una tuba, una tambora y ocasionalmente los trombones o cuernos de las bandas de músicas traídos por primera vez por el ejercito francés.
Si bien el Mariachi se asociaba con Jalisco, la tradición se extiende a los estados vecinos de Michoacán, Colima, Nayarit y Zacatecas.
En algunas ciudades importantes de la época, se formaron grandes bandas, tanto en la época porfiriana, como antes en la del imperio.
Tocaban en las plazas principales de las ciudades de Morelia, Guanajuato y Zacatecas llevando, dos o tres veces por semana, serenatas que congregaban al pueblo, como las de la plaza de armas o las del parque El Agua Azul, en Guadalajara, que alcanzaron gran popularidad, pero todas las ciudades importantes tenían sus bandas.
Entre los estilos de mariachi más famosos, se incluyen los de Cocula, Tecalitlan y La Sierra del Tigre. La primera referencia que tenemos de un grupo de Mariachi de las grandes ciudades de México, data de 1905, con el Cuarteto Coculense dirigido por Justo Villa, quien grabó los primeros discos de música Mariachi en 1906.
En 1925, el Mariachi de Concho Andrade participo en la primera transmisión radiofónica en México, y al año siguiente Cirilo Marmolejo hizo las primeras grabaciones de Mariachi con el nuevo sistema eléctrico.
A principios de este siglo, era inusual ver conjuntos de Mariachi con instrumentos de viento. La flauta, el clarinete, el saxofón soprano, el trombón, el cornetín y la trompeta no se veían con frecuencia en los grupos tradicionalmente integrados por instrumentos de cuerda.
Fue recién en los años 30 que algunos Mariachis, en la Ciudad de México, incorporaron la trompeta, que en la década de 1940 siguió cobrando fuerza hasta llegar a ser imprescindible para el Mariachi. El famoso Pedro Infante grabo en 1949 las primeras canciones con un Mariachi con dos trompetas, innovación que logro mucho éxito.
El uso de la trompeta en el Mariachi alcanzo completa aceptación en 1952, cuando el Mariachi México, de Pepe Villa, grabo una serie de discos de gran éxito que efectuó el cambio decisivo en la instrumentación de los grupos de Mariachi, que para los años 60 en su mayoría incluían ya dos trompetas.
Uno de los Mariachis más famosos de México, y del mundo entero, es el Mariachi Vargas de Tecalitlan, fundado por Silvestre Vargas con amigos y miembros de su familia, a quienes enseñó a leer música; todo un avance, porque antes de esto los músicos del Mariachi lo eran de oído o llamados líricos.
Vargas fue también quien los uniformó con traje campirano, compuesto por un calzón de manta y camisa del mismo material con un palicate al cuello.
Cuando surgieron los grandes cantantes en este siglo, como Lucha Reyes, Pedro Infante, Jorge Negrete y Lola Beltrán, entre otros, el Mariachi paso por un proceso de sofisticación que se reflejo en su indumentaria hecha ahora de paño o algodón, características de la vestimenta del hacendado. Así aparecieron los trajes actuales que recuerdan a los charros, pero llevan botonaduras y alamares, y los humildes huaraches se sustituyeron por elegantes botines.
La música de Mariachi se proyecto a nivel nacional e internacional, al ser Interpretada por los grandes cantantes de radio en estaciones como la XEW, XEB y la XEQ que le dieron amplia difusión.
En su evolución, también los músicos del Mariachi dejaron de ser los improvisados de antaño, para convertirse ahora en verdaderos estudiosos que ejecutan música clásica en tríos y orquestas con un profesionalismo impecable.
Y no hay espectáculo, donde quiera que sea, que a los mexicanos atraiga mas que un Mariachi entonando la canción: "México lindo y querido/ si muero lejos de ti/ que digan que estoy dormido/ y que me traigan aquí". Y otras igualmente emotivas y vibrantes que a los mexicanos hace soñar la tierra que los vio nacer, y al extranjero lo acerca a México aun sin conocerlo.Por NORMA AQUINO-RATHER
Fuente: Mariachi Sol de México.
miércoles, 8 de julio de 2009
Eduardo Del Piano
Eduardo del Piano cuando dirigía la orquesta de Angel Vargas
Eduardo del Piano cuando integraba la orquesta de Osvaldo Fresedo. Con él, José María
Rizzuti y Roberto Ray
Eduardo del Piano cuando integraba la orquesta de Osvaldo Fresedo. Con él, José María
Rizzuti y Roberto Ray
DEL PIANO, Eduardo.(14 de mayo de 1914 - 21 de diciembre de 1987)
Músico. Bandoneonista. Director. Compositor. Arreglador. Nació en Buenos Aires, en Brandsen e Isabel La Católica, plena barriada de Barracas. Alternó, desde la adolescencia, los estudios de piano con la pasión por el fútbol. Se hizo jugador por hinchismo boquense —alcanzó a militar en la segunda división del club ribereño— y se hizo bandoneonista por admiración hacia Pedro Maffia y hacia Pedro Laurenz. Integró, desde 1937, entre otras, las orquestas de Roberto Zerrillo, de Eugenio Nóbile —en Radio Belgrano—, de Ar-mando Baliotti —en el bar Pellegrini— y de Juan Canaro, compartiendo, en esta última, una excelente fila con Abelardo Alfonsín y Domingo Matío. Estuvo, más tarde, algunos años con Ángel D'Agostino, y a partir de 1946, ya ubicado entre los estilistas de su instrumento, formó su propia agrupación para secundar, primero, al cantor Ángel Vargas en todas sus actuaciones y en los discos Victor; después, como figura independiente, con los vocalistas Mario Bustos, Osvaldo Cordó, Héctor De Rosas y Rubén Grillo, en Radio Splendid y confitería La Armonía. Su modalidad orquestal, de base decareana, se apoyó en las calidades de su bandoneón y quedó expresada en versiones estimables que él mismo arregló, como El taita, El cachafaz, La rayuela, La Beba, Milonga con variación y La revancha, grabadas todas para la casa Pathé, desde Chiqué, su primer disco. En 1955, y hasta la disolución del conjunto, pasó a realizar su labor fonográfica para Music-Hall. Compositor de los tangos cantables Esta noche en Buenos Aires, El día que vuelva, Se lustra, señor y Discos cíe Gardel, y del orquestal De corte criollo.
Horacio Ferrer
lunes, 6 de julio de 2009
Luis Cardei
Extracto de la biografia de Luis Cardei escrita por su compañera Maria Maratea
Me pareció que tenía un defecto físico. Estaba sentado, con un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra.
Ese jueves, el bar de la librería Gandhi estaba lleno. Escritores, cineastas, actores. Un público que iba llegando apurado como para asistir a una misa. Todos calladitos, inquietos, ansiosos por escuchar a ese cantor de tangos. A ese cantor de culto.
Hacía ya tiempo que Elvio Vitali, el dueño de Gandhi, me decía que no podía perderme a ese tipo que había descubierto en una cantina del barrio de San Cristóbal. Que lo había llevado a cantar ahí y le había hecho grabar un disco. Que yo tenía que hacerle un poco de prensa y representarlo. Porque era bárbaro. Porque era diferente.
Un día fui. Allí estaba, sentado, con un vaso de whisky en una mano y un cigarrillo en la otra.
–Hola piba. Vení, sentate. ¿Qué querés tomar? ¿Querés un whisky?
–No, gracias. Un café está bien.
–¿Qué es lo que hacés?
–Prensa.
–¿Sos periodista?
–No. Soy agente de prensa. El nexo entre el artista y el medio.
–¿Y te gusta hacer eso?
–Sí, me gusta.
–O sea que conseguís notas en los diarios.
–Claro.
–No tendría que ser así.
–¿Por qué?
–Porque las notas tendrían que ser sentidas. De verdad. No porque alguien las pida. Así no vale –dijo, mientras colocaba el cigarrillo en una boquilla negra.
Era muy bajito. Tenía la espalda cargada, el cuello corto, y cuando giraba la cabeza lo hacía con todo el cuerpo. Las manos hinchadas. No se le notaban las venas. Sus dedos largos, delicados y sus uñas impecables, con brillo, le daban aspecto de prolijidad. El pelo entrecano. La piel morena. La boca grande con labios bien delineados y gruesos mojados constantemente por la lengua. Tendría unos cincuenta años.
El traje medio antiguo, azul, la camisa blanca y el moño también azul con pintitas rojas. Su hablar pausado, tranquilo. Nunca había visto a alguien saborear una pitada de cigarrillo y un sorbo de whisky con esa intensidad. Pero lo que más me atrajo fue su mirada: tenía el dolor y la sabiduría de alguien que ha vivido mucho.
Las luces comenzaron a apagarse. Con cierta dificultad se paró, me pidió permiso y rengueando, fue hacia el centro del bar. Un viejo bandoneonista lo esperaba. Le costó llegar.
Por fin, se sentó en una banqueta y apoyó el brazo sobre una mesita que había ahí, a su lado. Tomó un trago de agua. Miró al público, se acercó el micrófono, saludó y presentó al hombre del bandoneón: “Antonio Pisano, mi amigo de siempre”, dijo, y tras un “ojalá que les guste”, empezó a cantar.
Una voz delicada. Susurraba, decía. No gritaba. Tangos de antes del cuarenta que contaban historias sencillas, historias de malvones, de patios, de rejas, de amores perdidos y encontrados. Y antes de cada tango, una anécdota relacionada con lo que iba a cantar. Algunas graciosas, otras tristes. La gente se reía y lloraba. Aplaudía y ovacionaba. Alguien me acercó un diario: el Le Monde de París y la nota sobre él: Le boiteaux fascinant.
Y cada vez más tangos. Y cada vez más aplausos y más gritos de aprobación. De pronto no estuve más allí. Recorrí barrios, cielos cubiertos de estrellas, me enredé con guapos, busqué novias ausentes. Hasta que otra vez en la mesa, transpirado, me preguntó:
–¿Querés otro café?
EL MUNDO DE PIE
“A los ocho años dejé de caminar. Me golpeaba las piernas jugando a la pelota y de tenerlas quietas tanto tiempo para que se me fueran los derrames ya no las podía estirar. Estuve enyesado hasta los trece, y después me las fueron estirando de a poquito. Por eso camino así. Los hemofílicos tenemos una deficiencia en la coagulación. Cuando te golpeás, a vos los hematomas se te curan enseguida porque tu coagulación es normal. En nosotros la sangre no coagula, sigue saliendo, se acumula adentro de la articulación y la desgasta, porque la sangre, por el hierro, es corrosiva y daña también al músculo. Siempre hay que dar el factor octavo lo más rápido posible. Imaginate en 1944, cuando yo nací. A los dos años en la Casa Cuna me quisieron cambiar la sangre y casi me muero. Cerca de 1950 se empezó a saber algo, gracias al doctor Alfredo Pavlovsky, que se dedicó toda la vida a la hemofilia. Fundó La casita del hemofílico, en la calle Pacheco de Melo, y en 1986 abrió la Fundación de la Hemofilia, mi segunda casa. Pero recién a fines de los ‘70 se descubrió este concentrado purificado como el que me doy ahora, que tiene sólo el factor octavo. Es bárbaro. Es una inyección endovenosa que me la puedo dar yo mismo en mi casa. Y encima, después de inyectarme, no soy hemofílico por 24 horas. Pero cuando era chico, mi vieja me ponía hielo. Hielo y clara de huevo. Y me curaba los moretones. Como me enyesaron entre los ocho y los trece, mi papá no me pudo ver caminando de nuevo, murió justo unos meses antes. Con mi vieja, en cambio, formamos una sociedad para que yo pudiera volver a caminar. Y caminé. Volví a ver el mundo de pie.”
CON LA LECHERA LLENA
“Una de las cosas que más me gustaba de mi infancia en Villa Urquiza era el Carnaval. A las tres de la tarde todos los pibes estaban preparados con los baldes para jugar al agua. Y yo me quería prender. Le decía a mi vieja: ‘Mamá, ¿tenés un balde?, quiero jugar con los chicos’. Me decía: ‘No. Vos con el balde no. Tomá la lechera que es más livianita’. ‘Bueno, mamá’, le contestaba. Y me iba para la calle con la lechera llena de agua.
“El barrio era dos cuadras, un patio grande, toda una familia. Y mi mamá le decía a esa familia que había que cuidarme. Pero yo no sabía nada. Yo quería compartir el Carnaval, y los chicos me cuidaban tanto que pasaban las horas y a mí nadie me mojaba. Yo siempre estaba seco. A las cinco era la última llenada de baldes. Después había que ir a cambiarse porque venía el corso. A las cinco menos diez, yo seguía seco y con la lechera llena. Entonces no aguantaba más y empezaba a gritar: ‘¡Estoy seco! ¿Nadie me moja?’. Pero no había caso. Se iban todos y el único seco era yo. Me daba tanta bronca que me vaciaba la lechera en la cabeza. Y mi mamá le guiñaba el ojo a mi tía y le decía: ‘¿Vio Josefa, cómo lo mojaron al Negrito?’ Pobre, se creía que yo no me daba cuenta.”
CHAMUYANDO EN LA FELIZ
“Un verano fuimos con los muchachos a Mar del Plata, y como yo tenía este problema en las piernas, hacían un pozo en la arena y me metían adentro. Con medio cuerpo afuera, y los muchachos alrededor, esperábamos a las chicas. ‘Dale, Negro. Chamuyalas’, me decían. Cuando llegaban, me preguntaban: ‘¿Por qué estás enterrado?’. ‘Porque tuve un accidente y no puedo tomar sol en las piernas’, les contestaba. ‘¿Pero qué te pasó?’ ‘Me caí del caballo en el campo de papá.’ ‘¿Cómo fue?’ Y entonces les contaba los pormenores de ese accidente. Cuando salía del pozo, ya había conquistado a la que más me gustaba y todos habían conseguido una chica.”
RUBIA, LINDA Y CON UN ZAPATITO NEGRO
“Un día, los muchachos iban a ir a bailar, y me insistieron tanto que al final fui. El gordo me cargaba. Me decía: ‘Dale Negro, si no bailás te la chamuyás’. Yo nunca bailé. Pero esedía pensé que a lo mejor con los lentos me la podía rebuscar. Llegamos al Club. Estaba lleno de chicas. Había una música movida y pensé: acá me la pierdo. Apenas nos sentamos marqué a una rubiecita que estaba en una mesa del otro lado del salón. Era linda. En eso, pusieron una de Los Panchos. Le hice señas. Ella me miraba y se sonreía. Me jugué y me paré. Ella se paró. Los dos enfilamos para el centro de la pista. La distancia se me hacía interminable. No llegaba nunca. Cuando la tuve al lado mío, miré sus pies, y vi esa plataforma en uno de sus zapatos.”
RESCATANDO A VIRGILIO
“A los veinte años me hice adicto a la heroína. Fue una noche que llegué a atenderme con un dolor insoportable en una pierna. Pero como en ese tiempo todavía se daban transfusiones, tenía que esperar que la bolsa con el plasma se descongelara. Mientras tanto, era tanta mi desesperación por el dolor que el médico me dio una pastilla. Ahí nomás me quedé dormido con una sensación de paz, de alivio. Cuando me desperté quería más de eso, aunque ya no había dolor. Le pedí otra al médico pero me dijo que no. Miré arriba del escritorio y vi la caja. Leí: Daurán R 875.
“Ese remedio tenía heroína. Estuve casi diez años falsificando recetas. Después me lo empecé a inyectar.
“Un día en mi casa sintieron un olor raro que salía de la pieza. Era yo que me estaba quemando. Me había quedado dormido con un cigarrillo encendido. Se me había caído en el pecho y me estaba haciendo un agujero bárbaro, mirá, todavía tengo la cicatriz. Y no me dolía. No sentía nada.
“Me internaron en el Borda: recuperación de adictos.
“Nos juntábamos a la noche con los internos y yo les contaba historias. Había uno, Virgilio, que todas las noches hacía lo mismo: se armaba la valija y nos empezaba a saludar a uno por uno. Nos daba la mano y aseguraba que se iba porque le habían dado el alta. Yo le decía: ‘Aflojá Virgilio, ¿adónde vas? Vení, sentate aquí al lado mío que te tengo que contar algo que pasó allá afuera’. Le inventaba alguna historia de presos y de locos y él se quedaba dormido sobre mis piernas mientras yo le acariciaba la cabeza, contento porque esa noche Virgilio se había salvado del Ampliactil.”
EL NUMERO EN LA CABEZA
“Desde que salí y hasta el ‘79 viví de levantar quiniela. Tenía un montón de clientes en Villa Urquiza. Tenía que ayudar a mi vieja, que cosía para afuera, y como yo no podía trabajar de cualquier cosa, por mi salud, ese laburito me venía bárbaro. Me sentaba en mi pieza, frente al escritorio, agarraba el teléfono y le daba con todo: cinco al veinte, diez a los premios, todo a la redoblona. Yo era banca, y a veces cuando salía un número de esos que jugaban todos, me acostaban. Pero me iba bien. Hasta me pude comprar un autito.
“El problema era la policía. Venían a mi casa y revisaban todo. Un día se armó un revuelo bárbaro: estaban por los techos, eran como cincuenta. Pero no se dieron cuenta de que los papeles estaban escondidos en los dobladillos de la ropa, colgada de la soga, en el medio del patio. Después de eso, empecé a memorizar todo. Tenía todos los clientes y todos los números en la cabeza.”
MALDITO AMANECER
“Después de hacer guardia en mi casa toda la tarde esperando que me llamaran de los boliches para cantar, a la noche salía de recorrida en mi auto viejo que estaba tan herido como yo, pero que nunca me dejó de a gamba. Cantaba en un lugar, después en otro, y así toda la noche. No me cansaba. ¿Sabés por qué? Porque cuando volví a caminar, me di cuenta de que la vida de parado se veía de otra manera. Y quería recuperarla toda junta. Yo florecía cuando caía el sol. Me molestaba cuando veía el primer rayo y tenía que dejar las cantinas, donde terminabacantando para los cocineros. La noche me transformaba. Me parecía demasiado corta. Me decía: qué lástima que Buenos Aires no esté entoldada. Pero cuando volvía a mi casa a las ocho de la mañana y veía a las madres llevando a los chicos a la escuela, pensaba que a mí también me hubiera gustado ir a la escuela primaria. Pero la hice en mi casa. Escuela domiciliaria, le decían. Con la señorita Norma. Tenía una sonrisa hermosa. Ella se me acercaba y yo le miraba el escote, le sentía el perfume, y no entendía nada de lo que me explicaba. Yo estaba enamorado de ella. Hace poco en el Club del Vino se apareció una señora ya mayor, y sonriendo me dijo: ‘Hola Negrito’. La miré y le dije: ‘A ver, reíte de nuevo’. Y fue imposible no reconocerla. Hacía cuarenta años que no nos veíamos. Había ido a verme. A mí.”
ESOS ACONTECIMIENTOS TAN TRISTES
“Algunos me critican el acompañamiento pero para mí Antonio es como las guitarras para Gardel. Y a él también se las criticaban. Lo acompañaban Canaro, Terig Tucci, y decía que extrañaba a los muchachos, a las escobas. A Antonio lo conocí un viernes. Yo andaba sin trabajo y había salido con otro cantor amigo a recorrer boliches buscando alguna posibilidad. Habíamos fracasado y ya casi de madrugada mi amigo me invitó a comer. Andábamos los dos secos pero insistió para que fuéramos a un lugar que él conocía donde nos iban a recibir bien. Llegamos. Sobre la puerta un cartel que decía: Sepelios Banchero. Enseguida salió a recibirnos un hombre mayor que era el que se ocupaba de noche de atender esos acontecimientos tan tristes. ‘Pasen, así se agranda la ronda’, dijo. ‘Los muchachos están en el fondo.’ Cruzamos la sala entre candelabros, tarjeteros y todas esas cosas. De atrás de una lona salía el murmullo tenue de un bandoneón. Cuando la pasamos vimos a unas sesenta personas comiendo, tomando, recordando tangos. ¿Podés creer? Allí funcionaba la peña Homero Manzi donde caían todos de recalada. En la cabecera un hombre con cara de bueno tocaba el bandoneón. Era él. Era Antonito. Me pidieron que cantara algo y canté. Fue el primer tango que hicimos juntos: ‘El bulín de la calle Ayacucho’. Pareció que nos conocíamos desde siempre. Apenas nos miramos ya sabemos lo que nos queremos decir. Hace veinte años.”
LA MUERTE DEL TANGO
“En 1979 me tuve que operar de un pseudoquiste hemofílico en la pierna derecha. Había tenido un derrame por un mal movimiento. El doctor me dijo que quería que yo supiera que era una operación difícil, que tenía el 90 por ciento de probabilidades de morirme. Pero me quedaba el 10 por ciento. Me mandaron a un psicólogo para que me preparara. Cuando fui a verlo, me dijo que también había otra posibilidad. Le pregunté cuál era. “Amputar la pierna.” “¿Cómo amputar la pierna? ¿Pero usted sabe lo que está diciendo? ¿Usted sabe lo que me costó a mí volver a caminar? Formamos una sociedad con mi vieja para que yo pudiera volver a caminar. ¿Cómo me van a cortar la pierna? ¡No! ¡Yo me quiero morir con las dos!”, le dije. Y se ve que lo entendió porque no dijo nada más.
“En el quirófano, cuando se acercó la anestesista, una morocha preciosa, la miré a los ojos y le dije: ‘Tené cuidado piba, hacé despacito porque podés matar al tango’.
“Pobre, no quiso pincharme. Le dijo al doctor: ‘Désela usted, yo no puedo’.
“Al final me operaron. Fue un éxito. Cuando me desperté, lo primero que hice fue mirarme la punta de los pies.”
HACEME EL FAVOR, NENA, ANDATE
–Andate nena, haceme el favor.
–¿Qué pasa? –pregunté. –Quiero que te vayas y que no nos veamos más.
–¿Por qué? ¿Qué pasó?
–Me paso todo el día pensando en vos.
–¿Y por eso querés que me vaya?
–Sí.
–Me iría. Pero yo también pienso en vos.
–Con más razón todavía.
–Porque estás casado.
–Sí.
–Y porque tenés una amante.
–Sí.
–Pero yo pienso en vos, no en tus mujeres.
–Bueno mirá, ¿sabés por qué quiero que no nos veamos más?
–¿Por qué?
–Porque estoy muy enfermo. Porque me voy a morir. Porque tengo sida. Haceme el favor, nena, andate.
A los cuatro meses de vivir juntos, comenzó a tomar el cóctel antirretroviral. Desde que supo de su contagio en 1987, a causa de esos hemoderivados infectados que llegaron al país, su medicación era AZT. Ahora había una nueva esperanza: hidroxiurea, D4T y DDI. Se decía que combinando estos tres fármacos, podría incluso negativizar el HIV. Leí en los prospectos los efectos colaterales: leucemia, embolia cerebral, insuficiencia hepática, insuficiencia renal, muerte súbita, parálisis, infarto, colapsos, convulsiones, hemorragias eran sólo algunos. Me decía: “Dejá, ni los leas, ¿para qué?, si igual los tengo que tomar”.
El 24 de marzo de 1997 el resultado de la primera carga viral, que es el método más sensible con el que se puede medir el virus en la sangre, dio indetectable.
Cuando salimos de la Fundación me invitó a almorzar. Desde su teléfono celular llamó a su hijo para darle la noticia. Después llamó a sus amigos Hugo Levin y Cacho Vázquez. Estaba feliz. A partir de entonces, todos los análisis demostraron lo mismo. Pero debía seguir con el cóctel. Y después de un año de tomar ocho pastillas diariamente, cada vez que las tragaba las vomitaba. Entonces le cambiaban el esquema de medicación con nuevos fármacos.
FRENAR UN AVION CON EL PIE
Ir a cantar a Porto Alegre, era cumplir un sueño casi imposible.
–¿Y cuántos días hay que estar allá?
–Tres. Nada más. Pero en la Fundación nos van a decir adónde tenemos que ir por si llegaras a tener algún problema.
–Sí, ya sé. Además Porto Alegre está acá nomás. ¿Sabés cuál es el problema?
–¿Cuál?
–El avión. ¿Quién se sube al avión?
–No, perdoname, pero si sos Gardel, vas a tener que subir.
–Sí, tenés razón. Mirá cuando salga en los diarios: “Cantor de tangos, muere igual que Gardel”. Porque si voy, va a ser con las guitarras, sabés que Antonito no viaja. Si le tiene más miedo que yo.
–No te hagas ilusiones de morir igual que Gardel. El avión no se va a caer, porque vos vas a ir con Alfredito y conmigo, y Gardel no iba ni con su mujer, ni con su hijo.
–Tenés razón. Y además estamos en mayo, no en junio. ¿Y cuándo es eso?
–El avión sale el jueves seis, la actuación es el viernes siete y el sábado ya estaríamos de vuelta.
Cuando bajó del avión en Brasil, estaba cumpliendo el sueño que antes, por razones de mayor distancia, no se había animado a realizar. Lo llamaban de España, Noruega, Alemania, Francia, Italia, Japón, EstadosUnidos, Venezuela, Chile, México, Cuba. Pero lo limitaba su salud, la inseguridad de estar en otro país lejos de la Fundación de la Hemofilia y de sus médicos.
En Porto Alegre, con mil personas aplaudiéndolo de pie, tuvo una de las emociones más fuertes de su vida. “Me temblaban las piernas”, contaba. “Y manejar. Me cansó manejar. Allá arriba, para tranquilizarme, me hice la historia de que yo manejaba el avión. Que era yo el que estaba llevando a toda esa gente, a esos chicos, y que por eso no se iba a caer. Por eso no hablaba. Por eso pedía whisky. Para concentrarme mejor.”
UN WHISKY SOLO
En el debut de “Encuentro a todo tango” en el Club del Vino, llegó acompañado por su hijo Alfredo. Estaba pálido. “¿Te sentís bien papá? ¿Qué te pasa?” “Nada hijo, nada.” Transpiraba. Subió al escenario y se puso a cantar. La sala estaba llena de periodistas. Los flashes lo mareaban, le hacían cerrar los ojos. “¡Maestro!”, le gritaban “¡Otra maestro! ¡Qué cantor!” Bajó del escenario entre aplausos y bravos y apenas pudo decir: “Alfredito, llevame a la Fundación”.
Una semana después, todavía internado en la Fundación de la Hemofilia, contaba: “Mientras estaba cantando sentía ruidos en la panza. Me di cuenta de que estaba teniendo una hemorragia digestiva. Los miraba a todos y pensaba: maestro, maestro, me parece que el maestro esta noche caga fuego”. En medio de las risas, llegó el médico.
“Negro, no hagas más esto. Cantaste con diecisiete de hematocrito. Con esa anemia te podías haber muerto. Esta vez te pudimos parar la hemorragia, pero pará con el whisky porque la próxima no sé qué pasa.”
Al final, con unas palabras y una sonrisa terminaba convenciendo al médico, quien le prometía que en la próxima función iba a estar sentado en la primera fila. “Bueno, está bien, pero un whisky sólo ¿eh?”
LEVANTÉ QUINIELA, TUVE AMORES
“Mirame. Soy Quasimodo. Casi no puedo moverme. No puedo estar parado ni cinco minutos para afeitarme. Son los remedios que me están dejando así. Me duele todo. Los hombros, la cadera, las rodillas. No puedo ni girar la cabeza para verte pasar. Me gusta verte pasar de acá para allá. Te miro y me gusta. Vas y venís todo el tiempo. Vení. Sentate aquí. Un ratito nada más. Hablemos. No sé qué me viste. No sé por qué te enamoraste de mí. Soy feo, no puedo caminar, estoy enfermo. Vení Esmeralda, vení. Sentate aquí y hablemos.
“Mis viejos pensaban que me iba a morir a los trece años. Pero mirá, tengo cincuenta y cinco. Crecí, fui a la escuela, tuve novias. Me casé y tuve un hijo. Levanté quiniela, tuve amores, canté. Salí en los diarios, en las revistas, en la televisión. Siempre fui respetado y querido. Viví. Me divertí. Disfruté cada día, de verdad, como si fuera el último. Y al final de mi vida me enamoré por primera vez. De una mujer como vos, que me ama como nunca nadie me amó. ¿Cómo no le voy a estar agradecido a la vida? ¿Qué más puede pedir un hombre? Pero así, no. Perdonáme mi amor, pero así no puedo seguir.”Fuente Radar(Pagina 12)
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