miércoles, 27 de abril de 2016

Cátulo Castillo

Cátulo Castillo a los 20 años con su padre José González Castillo en Paris


Cátulo Castillo en 1934


Cátulo Castillo en Añatuya en 1923


Cátulo Castillo en 1960


CASTILLO, Cátulo. (Nombre de familia: Cátulo Ovidio González Castillo). Músico. Pianista. Director. Compositor. Maestro de música. Autor. Poeta. Ensayista. Periodista.

1. Personalidad. Desde su temprano advenimiento —y en dimensión creciente, camino de la definitiva madurez— se contó entre los intelectuales de auténtica extracción popular, más originales, más puros y más completos que haya dado Buenos Aires. Fue también, libretista radial, dirigente gremial, crítico de teatros, publicista, historiador y hasta boxeador de relevante trayectoria deportiva. Toda esta variada consagración suya ha estado, sin embargo, subordinada a su constitutiva condición de hombre de tango. También en torno de la canción popular, se ha realizado bajo el imperio de esa naturaleza que le depara la facultad creadora en diez direcciones simultáneas y diversas. Ha sido el músico, como ejecutante, como director y sobremanera, como el compositor de Aquella cantina de la ribera, de Corazón de papel, de Organito de la tarde, de Sílbando, de Viejo ciego, de El circo se va.

Ha escrito además entre otras páginas de inspiración tanguera, el poema extenso: Palabras para Troilo, 1962; el ensayo biográfico, Vida, Pasión y Muerte de Juan de Dios (Revista "Antena", 1964); Las Manos de "Pichuco", 1975; el saínete lírico: El Patio de la Morocha, 1952; la crónica evocadora La Esquina del Grillo, en el diario "El Nacional"; el estudio de aproximación crítica, prólogos a Chapaleando Barro de Celedonio Flores, 1929, y La Luna del Bajo Fondo, de Enrique Cadícamo, 1964; a las obras musicales de Enrique Delfino, 1954; y el libro radiofónico y de televisión. No obstante la calidad y el mérito de esta producción, su alcance capital es el de letrista de tangos. Fue hombre de Boedo, en todo cuanto Boedo involucra como latitud espiritual y como cuna de una trascendente corriente de artes populares. En esa vertiente abierta por Olivari, por los Tuñón, por Arlt, él fue continuador, en el tango, de la preceptiva creada por su padre, José González Castillo. Y compartió con Homero Manzi, y con compositores como Piana y Maf-fia, esa "Escuela de Boedo", que vino a consolidar el porteñismo esencial por la exaltación emotiva del pasado mediante tratamientos literarios avanzados, refinados, y temperamentalmente asociados a la más pura tradición hispana. Toda su obra estuvo sustentada, desde entonces, por tales principios y por tales sentimientos. A ellos responden sus verso cantable para Juan Tango, Luna llena, María, Bandita de mi pueblo, Café de Los Angelitos, Tinta roja, Patio mío, La calesita, El trompo azul, El patio de la morocha, Se muere de amor, Pinta blanca, Color de barro y dos obras fundamentales que escribió en su etapa más reciente: La última curda y A Hornero.

2. Vida. Nació en B. Aires el 6 de agosto de 1906. Niño de brazos aún, fue llevado a Chile, donde su padre se radicó a fin de trabajar en la prensa de Santiago. Residiendo en Valparaíso, cursó sus primeros años de escolar. En 1913, al volver a Buenos Aires, continuó normalmente su primaria y antes de los ocho años, comenzó los estudios musicales. Aprendió violín en el Conservatorio Bonaerense donde su maestro, Juan V. Cianciarulo, le impartió teoría y solfeo. Cumplido el bachillerato en el colegio Bernardino Rivadavia, orientó su vocación al estudio del piano y de la composición, dando, a la par, rienda suelta a su inventiva príncipe: en 1923, su Organito de la tarde—con letra de su padre, como casi toda su obra hasta 1935— alcanzaba el cuarto lugar entre los tangos premiados durante el primer certamen organizado por Max Glucksman. Desde 1920, además, realizó su carrera de pugilista, culminada con la conquista del torneo argentino y con su inclusión entre los "plumas" preseleccionados para la Olimpíada de Amsterdam en 1924. Se desempeñó, asimismo, como secretario de publicidad de la casa Odeón, y en 1926, merced a lo percibido por concepto de derechos por sus nuevos tangos Caminito del taller, Acuarelita de arrabal, Silbando, partió con rumbo a Europa, acompañando a González Castillo. Visitó Francia, Africa del Norte, Italia —donde contrató ventajosamente su obra— y España, en la cual dejó suscritos compromisos para presentarse con orquesta típica. En 1928, secundado por Miguel Caló, Alberto Cima, Roberto Maida y Alfredo Ricardo y Carlos Malerba, actuó como director en Sevilla, Madrid y otros centros artísticos. En 1931 regresó por segunda vez a Europa, viajando con su padre en compañía del elenco revisteril del Teatro Sarmiento. De vuelta en Buenos Aires, continuó su carrera de compositor con El aguacero y con invocación al tango —tentativa de superación encaminada a la depuración melódica y al enriquecimiento armónico del tango. Desde 1930 se dedicó también, a la labor docente: obtuvo por concurso una de las cátedras del Conservatorio Municipal Manuel de Falla, en el cual, poco después, le fueron confiados los cursos de Historia de la Música y de Pedagogía, hasta su designación en 1937, como secretario de dicho instituto, al que pertenecería como director quince años después. Luego de 1935, fue espaciando su obra en la composición musical para consagrarse de lleno a la literatura. Colaborando con figuras consulares produjo, con Defino, Dinero, dinero; con Ángel Maffia, La madrugada; con Vardaro, Te llama mi violín; con Pugliese, Una vez; con Razzano, Camino del Tucumán; con Piana, Un hombre silba en la noche; con Aieta, Color de barro. Y se unió, inquietamente, a los jóvenes de la Generación del 40: con Barbato, realizó Naná; con Larenza, Para qué te quiero tanto; con Gutiérrez, Historia breve; con Perini, Luna llena; con Maderna, Rincones de París; con Pontier, Anoche; con Stamponi, Perdóname; con Mores, La calesita; con Viván, Domani; con Manzi, Rosal. Desde María, en 1945, pero muy especialmente después de 1951 fue decisiva su alianza con Aníbal Troilo, con quien colaboró en los espectáculos tea- trales. El Patio de la Morocha, Caramelos Surtidos y Tango en el OdeónT con una serie de tangos importantes además de los ya mencionados: Una canción, Y a mí qué, Desencuentro. Incursionó permanentemente en el periodismo; en "Última Hora" hizo crítica teatral, redacción en otros, pinceladas en "El Nacional" y notas doctrinarias en "Revista de SADAIC", "Cantando", "Tanguera" y "Radiofilm", labor escrita todavía no reunida en libro. En 1953, la Editorial Peuser le publicó, con ilustraciones de la pintora De Pietro, un conjunto de poemas glosadores de las diversas danzas populares argentinas. Colaboró en el cine con canciones para las películas Arrabalera (1950) y Vivir un Instante (1951). Sucediendo en ello a su padre, se consagró al gremialismo, desempeñándose como secretario y como presidente de SADAIC, en varios períodos. Al margen del repertorio suyo ya mencionado, dio a conocer, en distintos momentos de su carrera, como compositor o como letrista, los tangos Son cosas del ayer, Papel picado, Tu cariño, Pobre Fan Fan, Sin ella, Responso malevo (grabado éste por Firpo y diferente y anterior al de Alejandro Rolla), Detrás del turbio cristal, Luces de París, Callejón y huella, Mí moro, La misa del tango, Tango sin letra, A cara o cruz, Quince años, Chirimoya, Mangangá, Tres, seis, diez; Aquellas locuras, Eufemio Pizarro, El pregón, Me llamo Anselmo Contreras, Adiós, te vas; Una canción en la niebla, El último café —primer premio en el concurso de Odol, 1963—, Tu cariño, Destino, Por qué ha de ser así, Aquí no más, No, no matarás, Segundo patio y El último cafiolo. Falleció el 19 de octubre de 1975.
Por Horacio Ferrer
Editado y compaginado por El tango y sus invitados