viernes, 31 de mayo de 2013

Celia Gamez

Celia Gamez en el teatro Alcazar en 1943

Celia Gamez en el año 1943

Desde que el 10 de diciembre de 1992 la voz de la que fuera reina de la revista Celia Gámez dejara de apagarse, el género Cuple parece haber desaparecido por completo. Su fallecimiento pasó desapercibido prácticamente para la mayoría del pueblo español. Solamente algunos amigos, familiares y compañeros de Celia, que aún seguían teniendo contacto con ella, acusaron su desaparición. Y es que ni tan siquiera el pueblo de Madrid, ese pueblo al que tanto quiso, le ha dedicado una calle, una estatua o algún que otro merecimiento a tan insigne artista.
Durante muchos años Celia Gámez fue la indiscutible reina de un género teatral frívolo y desenfadado, hoy tristemente olvidado por las nuevas generaciones, la que alcanzaría el mayor éxito dentro de estas lides; un reinado que abarcaría desde los años veinte hasta bien entrada la década de los sesenta aproximadamente.



Celia vino al mundo un 25 de agosto de 1905 aunque ella, coqueta, como casi todas las artistas, siempre afirmó que había sido en 1908, al menos así lo contemplaba su pasaporte.
Nació en el seno de una familia compuesta por doce hermanos. Su padre, Rafael Juan Gámez, marino mercante nacido en Málaga y su madre, Antonia Carrasco de Gibraltar, emigraron del malagueño barrio del Perchel a Buenos Aires, lugar donde nació nuestra estrella.
Ya desde pequeña y, como suele ser habitual en las gentes del espectáculo, comenzó a interesarse y destacar por sus dotes escénicas pero no fue hasta la temprana edad de los catorce años cuando la niña, desobedeciendo a su padre, entrara de bataclana o vicetiple en el Teatro de la Comedia de Buenos Aires para representar la humorada de Enrique Paradas y Joaquín Jiménez "Las corsarias", revista que en España ya había tenido un éxito colosal, especialmente en lo referido no sólo a su procaz libreto sino a su partitura musical, compuesta con gracia y donaire por el granadino maestro Alonso, a cuya magistral batuta pertenecía el celebérrimo pasodoble de “La banderita”. La suerte o quizás el destino quiso que la estrella de la obra, la por entonces célebre tiple Rosario Pacheco cayera enferma, de tal forma que los empresarios del teatro, Rey y Losada, se fijaran en Celia como posible sustituta. Desde entonces, la chica comenzó una imparable ascensión cuyo primer escalón subiría en la década de los dorados veinte cuando actuara en el Teatro Porteño de la capital argentina conociendo a las más relevantes figuras que triunfaban en aquel momento como el chansonnier Maurice Chevalier, Josephine Baker “la viuda negra” o la bellísima Mistinguette, cuyas piernas estaban valoradas en más de un millón de francos e incluso llegaría a entablar amistad con estrellas internacionales de la época como Gloria Guzmán o Tita Merello mientras actuaba en el Teatro Maipo de Buenos Aires.
Pero no sería hasta 1925 cuando, acompañando a su padre para cobrar una herencia familiar en Málaga, la vedette argentina llegara a nuestro país, concretamente al puerto de Barcelona donde, desde allí se trasladaría en ferrocarril hasta Madrid. Durante el trayecto y, para hacer más llevadero el duro viaje, Celia decide cantar unos tangos y matar así el tiempo sin sospechar que, en un departamento contiguo, viaja la Marquesa de la Corona quien la oiría cantar y quedaría entusiasmada desde entonces con la chica. Le gustó tanto a la Marquesa que decidió invitarla a participar en un festival que ella misma iba a organizar a beneficio de la Protección Escolar durante las Navidades próximas y que tendría lugar en el coliseo situado en la castiza calle de Embajadores, el Teatro Pavón (¡quién iba a decirle a la chica que años más tarde cosecharía uno de los éxitos más atronadores de su carrera con Las leandras en aquel mismo escenario!). El otrora famoso y más querido tenor del momento, Miguel Fleta, sería el encargado de presentar a la muchacha ante un público asombrado por el simple hecho de ver a una mujer cantando tangos, canción puesta de moda en Madrid gracias a Spaventa, un joven elegante, aunque un tanto estático, pero dotado de una estupenda voz que le hizo triunfar de forma fulminante.
De esta forma, Celia se hace tremendamente popular entonando milongas, tangos, vidalitas y otras tantas canciones gauchas como fin de fiesta recorriendo con ello varios coliseos madrileños y diversos lugares de nuestra geografía nacional. Inmediatamente es contratada para el Romea por el empresario José Campúa y se la empieza a conocer bajo el seudónimo de “La perla del Plata”. Entre los asistentes a una de las veladas en las que ella cantaba, y no sería precisamente la última que acudiera, se encontraba el rey Alfonso XIII acompañado de su esposa, Dª Victoria Eugenia, con algunos familiares, amén de una representación del Gobierno encabezada por su Presidente, Miguel Primo de Rivera.
El rey acudió varias veces a su espectáculo colmándola de elogios y atenciones, mientras ella, agradecida le cantaba como nadie una de sus melodías favoritas: Mamita, yo sé que mi culpa no tiene disculpa, no tiene perdón. Mamita, yo sé que sos buena y comprendés la pena de mi corazón.
Corría el año 1927. Alguien ve en la chica un sólido futuro como vedette de revista y como tal es contratada para inaugurar la temporada en el Eslava encabezando cartel con estrellas del momento como Loló Trillo o Victoria Argorta. Estrena simultáneamene dos obritas; el Sábado de Gloria, Las burladoras del amor con música del maestro Padilla y Carnet de Eslava, con música de Cases, en donde interpretaba el tango que hiciera famoso a su compatriota Carlos Gardel, “A media luz”, uno de los preferidos por Alfonso XIII. Posteriormente y gracias a una entrevista entre ella y el monarca, aquél le concedería la nacionalidad española. El 13 de mayo de dicho año, Celia estrena la historieta picaresca en dos actos con libreto de Joaquín y Eduardo Mariño y Francisco Lozano con música de Francisco Alonso, Las castigadoras, erigiéndose como el indiscutible primer gran triunfo de la actriz. El argumento de esta obra era bien sencillo: las gentes del imaginario pueblo de Villafogosa esperan impacientes la llegada del nuevo juez, entre ellas Robustiana, apasionada mujer del alguacil del pueblo. La casualidad hace que se encuentre con un simpático catalán, Magín Monchetta, venido a menos, quien intenta aprovecharse de cualquier situación. Al ser sorprendidos ambos por el marido de la mujer, Moncheta se hace pasar por el nuevo juez desencadenándose a partir de entonces toda una serie de enredos propios del vodevil más clásico. De entre los números musicales que acompañaban la obra, merecen especial atención el fox “Noche de cabaret” y el chotis de “Las taquimecas”, una especie de himno reivindicativo de la mujer trabajadora y que se convertiría en uno de los más aplaudidos de la vedette: Con la falda muy cortita, muy cortita, ajustadita, luciendo el talle y el pelito muy cortito, muy cortito, yo, muy airosa, voy por la calle. Los zapatos muy chiquitos, muy chiquitos; las medias finas a lo Rebeca, las muchachas taquimecas, mecas, mecas, son la admiración de los chicos cañón. La obra se siguió representando a lo largo de todo el año mientras alternaba su puesta en escena con otros espectáculos de menor entidad como El tiro de Pichón, Mimitos, La deseada, con música del maestro Alonso (que resulta ser un absoluto fracaso) o la humorada en un acto de Miguel Montero y Domingo Gotilla musicada por Conrado del Campo y Juan Tellería, El cabaret de la academia, todas ellas estrenadas en el escenario del Teatro Eslava. En 1928 estrena en el Romea, sin haber desaparecido aún de cartel Las castigadoras, la obra Las lloronas, donde se hicieron prontamente populares el fox de “Las cocteleras” y el de “Las ratas de hotel”; por su parte y, en ese mismo año, estrena en Eslava Roxana, la cortesana y La Cascada “Balneario de Moda”. Al año siguiente obtendrá un merecido éxito con ¡Por si las moscas!, de Vela, Campúa y Alonso, destacando de entre sus números musicales el chotis de “La Manuela”, aquella mujer fervientemente admiradora, pendiente de Hollywood a todas horas y que se dejaba seducir por las estrellas cinematográficas de la época como Charlot, Ramón Novarro “que en los besos era un tío”, Douglas Fairbanks o Clara Bow (a quien posteriormente volvería a recordar en un número musical de Las leandras) y “la del Río”, actrices que, según rezaba la letra del chotis, “la volvían loca”.
En este año estrenará además la revista con libreto de Borrás, Paso y música del maestro Luna, El antojo, de donde destaca el pasacalle del mismo título o “La chacarerita”, canción típica argentina, tierra a la que Celia no olvidaba nunca a pesar de desarrollar su vida y su trabajo en España y La Martingala, ambas en el Romea de Madrid. A instancias del maestro Alonso, Celia se opera de amígdalas y su voz deja de ser metálica y nasal y toma clases de danza con María Esparza. Su siguiente éxito será en el Eslava con el reestreno de Las cariñosas de Lozano, Arroyo, Alonso y Belda en 1930, revista a la que pertenece otro célebre chotis compuesto nuevamente por el maestro granadino sobre un taxi camino de Puerta Real y gracias al papel que el propio taxista le prestó. Se trataba de “La Lola”, entonado por vez primera en 1928 por la vedette Rosita Cadenas, siendo repetido hasta en cinco ocasiones la noche de su estreno. Ese mismo año de 1930 estrenaría además Las pantorrillas, de Soutullo y Vert, título que hace mención a su vez al pasodoble que previamente hubo cantado en ¡Por si las moscas!; el pasatiempo cómico-lírico de Emilio González del Castillo y José Muñoz Román en colaboración con los maestros Alonso y Belda Las guapas, el 13 de junio, en las tablas del Teatro Eslava, de donde destacaron el pasacalle de “Los Pepe-Hillos” y una canción moderna a ritmo de fox titulada “¡Mozo, venga whisky!”. A Celia, ya se la empieza a conocer por todo Madrid como “Nuestra Señora de los Buenos Muslos” y en el mes de julio, el poeta Eduardo Marquina le recitará con motivo de un multitudinario homenaje que le rindieron, una composición poética de 219 versos en su honor: Celia, arrogante y serena, mixta de halago y pasión, tul blanco hecho pañolón para corros de verbena. Lucero en su amanecer, suave mirar de mujer que en tus ojos, cuando alegras con ellos nuestro querer, pones la calma, al caer de dos grandes alas negras. ¡Dios te pague el resplandor que trajo a nuestra heredad tu exótica novedad de maja inédita, flor de las majas de esta edad!... (...) Celia, a tu cuerpo ceñido; y fue discreta elección vestirte de noche, con oro de astros diluido... Porque así, conforme estás, las pupilas entornadas, todas tus líneas, veladas da sombra o en fuego, y, más que encubiertas, subrayadas. ¡Parece que sólo vas vestida de tus miradas! 1930 acoge además el reestreno de El ceñidor de Diana y de las revistas Colibrí, de Vela, Campúa y Rosillo en donde Celia canta junto a Enrique Povedano la deliciosa java “Ven junto a mí” y la rítmica marcha de “Las excursionistas” y El gallo, de Arroyo, Lozano y nuevamente Alonso en donde sobresalen fundamentalmente la java de “La pava”, el fox de “Las pieles”, la marcha del “Turquestán” y la tonadilla de “La capa”. Llega 1931 y con él nuevos y múltiples cambios políticos. Se proclama la IIª República y Celia reestrena en el Pavón Me acuesto a las ocho, puesta por primera vez en escena el año anterior con Perlita Greco destacando de su partitura musical el chotis de “El castigador”, el fox de “Los pijamas” o el “One-step del golf”. En esta obra interviene además el galán de la época, Faustino Bretaño y una hermana de Celia, Cora, quien posteriormente también intervendría, ya no sólo en algunas de las revistas que la compañía de su hermana pondría en el escenario, sino también en abundantes comedias, vodeviles y farsas teatrales. 12 de noviembre. En el Congreso de los Diputados, Romanones sale en defensa del ya exiliado rey Alfonso XIII, ante las recién constituidas Cortes republicanas. Se respira demasiada tensión en el ambiente, por lo que el debate parlamentario queda aplazado hasta el siguiente día. Aquella misma noche, un público espectante anhela ansioso que se alce el telón del coliseo situado en la castiza calle de Embajadores. Entre los asistentes al madrileño Teatro Pavón, don Manuel Azaña, que de seguro no olvidará jamás la velada. Todo está a punto para que la sonrisa de la platea muestre nuevamente sus encantos y escriba así un nuevo e inolvidable capítulo en la historia del arte escénico español. Meses antes, Celia Gámez ensaya una y otra vez, totalmente entusiasmada, la que espera que se convierta en un completo éxito y ello motivada, fundamentalmente por una excepcional partitura, creada expresamente para la ocasión por el maestro Alonso y un divertidísimo libreto repleto de enredos con abundancia de juegos de palabras y salpicado de chistes procaces y picantes obra de José Muñoz Román y Emilio González del Castillo. Sin embargo, aquello parece no cuajar bien. Los ensayos de la obra se suceden con cierta regularidad, aunque a Celia parece no gustarle mucho el rumbo que estos están tomando, de ahí que exija a los empresarios del teatro, los hermanos Agustín y Enrique Pavón así como a Barbás, nuevos decorados y mejor vestuario bajo la amenaza de no estrenar. La empresa se opone, pero ella, consciente del seguro éxito que va a obtener, insiste en ello. Se invierten cincuenta mil pesetas en el vestuario diseñado con todo lujo por Corn Apuntadores, Francisco Baeza y Alfredo Vega; se encargan los figurines a Álvaro Retana y se llevan a cabo unos espectaculares decorados realizados por obra y gracia de Balbuena, Morales y Asensi, Colmenero y Amorós, es decir, de lo bueno, lo mejor, de ahí que los empresarios no tengan más remedio que subir el precio de las localidades a cinco pesetas, una cantidad desorbitada para la época. Cuando todo está a su gusto, estrena el pasatiempo cómico-lírico Las leandras ante una enfervorizada concurrencia.
La obra se puso en escena con un reparto encabezado por la propia Celia en el papel de Concha, la chica que se escapaba del Instituto Católico de la Mujer para dedicarse al teatro; Amparito Sara, Cora Gámez, Conchita Ballesta, Pepita Arroyo, Mercedes Rodríguez, Pepe Alba como el tío Francisco de las Canarias que llega a Madrid para comprobar si verdaderamente su sobrina está en el colegio; Leandro, encarnado por Enrique Parra, el pretendiente de Concha y propietario del antiguo local donde se encontraba una extinta casa de citas; el inolvidable Pepe Bárcenas como el conserje-apuntador Porras (un actor cómico inigualable y que acompañaría a Celia en múltiples revistas haciendo de sus interpretaciones todo un arte para hacer reír que aún hoy día nadie ha podido igualar), Andrés Gago, Manuel Rubio... y otros tantos actores secundarios. Aquella noche del 12 de noviembre de 1931, meses después de haberse proclamado la IIª República Española y de que Alfonso XIII embarcase para Marsella, pasaría a convertirse en una de las fechas inolvidables, tanto para el Madrid de la época como para la principal estrella de la velada. Al día siguiente, el debate parlamentario no llegó a celebrarse. Todo el mundo en el Congreso charlaba, comentaba e incluso tarareaba la magistral partitura que, compuesta con soltura y donaire por Francisco Alonso, no tardaría en formar parte del acervo popular castizo y español. Madrid entero marchaba así de la mano del “Pichi”, “Los nardos”, “Las viudas”, recordaban nostálgicos el esplendoroso pasado de “La cuarta de Apolo” para después acudir a “La verbena de San Antonio” o simplemente acompañaban a la artista hollywoodense Clara Bow en su número “Fiel a la Marina”. El mito Celia Gámez no había hecho más que nacer. Pero la actividad de Celia es incansable y, no contenta con actuar en los escenarios, se dedica también a grabar tangos no incluidos en sus espectáculos. Llega 1932 y con él, nuevos estrenos y éxitos. Repone en el Pavón Las cariñosas, El ceñidor de Diana y continúa con Las leandras mientras estrena Los laureanos y, en diciembre, con libreto de Paso, Asenjo y Torres del Álamo, Las tentaciones, con música de Jacinto Guerero y un número musical lleno de nostágicos recuerdos para el público bajo el título de “Los madriles de Chueca”, inspirado en la que es considerada por críticos y especialistas como la primera revista musical, La Gran Vía. Ese mismo año grabará también algunas canciones de Las mimosas, estrenada días después de Las leandras por otra compañía, también del tándem formado por Muñoz Román y González del Castillo con música del maestro Ernesto Rosillo y de la que destaca el chotis de “Las diputadas” alcazando prontamente el favor del público. En 1933 Celia repone ¿Qué pasa en Cádiz?, de Vela, Campúa y Alonso, revista que había sido estrenada el año anterior en pleno éxito de Las leandras y canta formidablemente, como ya suele ser habitual en ella, el chotis futurista “Las chulas del porvenir” y el famoso fox de “Las estrellas de Hollywood” en el que se aludía a los amores de las principales estrellas de cine. Sin embargo y, paradójicamente, el dúo formado por Celia Gámez y Francisco Alonso no atraviesa un buen momento debido a que la vedette parece cansarse de las revistas tradicionales al uso y no desea encasillarse, intuyendo que la renovación del género está próxima. Desde diciembre de 1932 y en contínuas sesiones de tarde y noche, Celia alterna Las leandras con Las tentaciones. Alonso siente celos de Guerrero, autor de la música de esta última y escribe para su “musa inspiradora” otro tremendo éxito: Las de Villadiego, un pasatiempo cómico-lírico con libreto de los tantas veces nombrados Muñoz Román y González del Castillo. En mayo de 1933, Celia estrena la obra en el Teatro Pavón y vuelve a eregirse como reina absoluta e indiscutible del espectáculo cuyo argumento gira en torno a las vicisitudes que atraviesan las mujeres de mencionado pueblo al ser tomadas por señoritas de mala compañía. La música es, como en Las leandras, tremendamente popular y sus números cantados por todo Madrid: la marcha “Granaderos de Edimburgo” o el fado “Playas de Portugal” aunque, sin lugar a duda, fueron el chotis “Tabaco y cerillas”, también conocido como “La Colasa del Pavón”, el pasacalle “Caminito de la fuente”, en donde Celia paseaba su figura junto a un cántaro de cerámica de Talavera y el fox de “Las escocesas”, los que alcanzaron mayor fervor popular. Estando inmersa en pleno apogeo del éxito de Las de Villadiego, Celia intuye el peligro que puede causarle a su carrera el encasillamiento en el género frívolo y desea a su vez fervientemente atraer al mayor publico femenino posible, algo reacio a acudir a este tipo de espectáculos. Ello, unido a su afán por innovar y de llevar a la práctica nuevos proyectos, decide embarcarse en una nueva aventura y cambiarse de género: la opereta. La visita a Madrid de Franz Lehar, autor de La viuda alegre, llegado expresamente para el estreno de El país de las sonrisas, le hace concebir a Celia nuevas ilusiones y el deseo de ambos de hacer algo nuevo, algo así como una revista-opereta, o mejor, una opereta a la española. A finales de 1933, recibe la visita del empresario José Juan Cadenas, llegado directamente desde Londres donde había adquirido los derechos de Ball at the Savoy de Oscar Hammerstein con música de Paul Abraham, obra que había sido un éxito en el Drury Lane londinense. Celia, entonces, en compañía de Cadenas, viaja a París y contrata a un galán, un auténtico chansonniere, Piere Clarel y a finales de 1934 estrena en el Teatro Victoria de Madrid El baile del Savoy, con música de Pablo Luna y adaptaciones de Antonio Paso. En esta opereta, que llegó a convertirse nuevamente en otro resonante éxito, Celia dejaba traslucir las primeras medias de cristal que se vieron en nuestro país. Ese mismo año reestrena en el Teatro Pereda de Santander El príncipe Carnaval y La araña azul, mientras que en mayo y, en el Reina Victoria de Madrid, con música de Franz Lehar pone en el escenario La ronda de las brujas y en septiembre, con música de Luna, Las inseparables, en el Maravillas.
El cambio que nuestra vedette intuyera está cerca y presiente el derrumbe de la revista sólo para hombres,de ahí que, a partir de entonces, se decidiera por una variante del género, la comedia musical. Así pues, 1935 acoge el estreno de Peppina, una comedia musical en dos actos y 26 cuadros con libreto de Francisco Lozano y Enrique Arroyo con partitura de Robert Soltz y la adaptación musical y números originales de Guillermo Cases. En mencionada representación figuraban como compañeros de reparto Amparo Miguel Ángel, Cora Gámez, Pedro Terol, Castrito, Miguel Arteaga y su galán de aquellos años, Carlos Casaravilla. Con coreografía de Sacha Goudine, decorados de Ramaga, escenografía de Castell y López y figurines de Álvaro Retana y Max Weldy, Celia alcanzó aún más el fervor del público, de un público que asistía cada vez más expectante a que su rutilante estrella apareciera en el escenario. En su representación, Celia aparecía luciendo un hermoso sombrero de cristal que ganó el primer premio del concurso de sombreros de la casa Ambassedeur de París. La fastuosidad de la obra estuvo acompañada por un lujoso vestuario que lucían más de cuarenta vicetiples y boys en escena amén de unas escaleras múltiples, algo habitual en los portentosos espectáculos de la argentina. Celia estrenó la obra a requerimiento del maestro Guerrero en el Teatro Coliseum de la Gran Vía madrileña, también conocido como Palacio del Espectáculo. Pero 1935 estaba tocando a su fin y Celia estrena en el mes de diciembre el “reportaje de gran espectáculo” original de Leandro Blanco y Alfonso Lapena con música de Luna, Las siete en punto, también en el Coliseum y nuevamente con Carlos Casaravilla y Cora Gámez en el reparto. La comedia estaba estructurada en dos partes divididas a su vez en un prólogo, veintidós capítulos, dos intermedios y apoteosis, contando con la realización de Manolo Tito, una orquesta de 30 profesores drigidos por el maestro Enrique Estela y un conjunto de 40 vicetiples y 12 boys bailarines entre los que se encontraba un jovencísimo Tony Leblanc, quien ya dejaba entrever un prometedor futuro en el campo revisteril.
Corren malos tiempos para el mundo. En Madrid, las tensiones políticas son cada vez mayores y todo empieza a apuntar a una inmiente Guerra Civil. 1936 acogerá la reposición de Las siete en punto y, porteriormente y en el mismo escenario del Coliseum, la opereta con música de Casas y Estela, Ki-ki, que pasa prácticamente desapercibida, aunque los admiradores de Celia la siguen obsequiando con atronadores aplausos. Pero el alzamiento militar se produce el 18 de julio. Celia, que tenía amigos en los dos bandos, decide abandonar el país y regresar a su Buenos Aires natal donde estrena varios espectáculos que prontamente alcanzarían arrollador éxito: Bienvenida Celia Gámez o Cocorocorococó. En el mes de noviembre es contratada por un empresario de la capital bonaerense para poner en escena algunas de las obras que previamente hubo representado en España. Así, vuelve a reponer Las leandras, Los inseparables o Las mimosas obteniendo una vez más elogiosos aplausos y críticas. Celia, que había abandonado nuestro país pensando en volver, no obstante dejó en una caja fuerte del Banco de España sus joyas y algunos reales en metálico, pensaba poner en práctica las nuevas ideas que tenía para el teatro musical haciendo de éste un gran y fastuoso epectáculo. La vedette argentina comienza pronto a extrañar nuestro país y su público, ese público (esencialmente madrileño) que tantas alegrías le había proporcionado y que de seguro la recibiría con los brazos abiertos en su esperado regreso. De tal manera que, hacia finales de 1938, embarca a bordo del Monte Udala y llega hasta Gibraltar desde donde se trasladaría en taxi hasta Sevilla y desde allí vía aérea a San Sebastián. Celia, quien había sido el léit-mótiv de la República, presta ahora su voz al chotis “Ya hemos pasao” que se erige como himno de la victoria tras la toma de Madrid por parte del ejército nacional para contrarrestar el “No pasarán” del bando republicano; pero nuestra actriz no sabía muy bien lo que hacía al grabar dicha melodía puesto que ello la marcaría ya políticamente el resto de su vida aunque, de hecho, lo hizo única y exclusivamente para complacer a unos pocos amigos entre los que se encontraba el fundador de la legión Millán Astray: Era en aquel Madrid de hace dos años, dónde mandaban Primo y don Lenín. Era en aquel Madrid de la cochambre, de Largo Caballero y don Negrín. Era en aquel Madrid de milicianos, de dioses de martillos y soviets. Era en aquel Madrid de puño alto donde gritaban todos a la vez: “¡No pasarán!”, decían los marxistas. “¡No pasarán!”, gritaban por la calle. “¡No pasarán!”, se oía a todas horas por plazas y plazuelas con voz de miserables: “¡No pasarán!” “¡Ya hemos pasao!” Ya estamos en la Cava. “¡Ya hemos pasao!” con alma y corazón. “¡Ya hemos pasao!” y estamos esperando a ver caer la bola de la Gobernación. “¡Ya hemos pasao!” Es una época dura. No corren buenos tiempos para el teatro. La contienda bélica del 36 había dejado una España gris, triste y desolada más preocupada en buscar un pedazo de pan que llevarse a la boca que de asistir a ningún espectáculo teatral. Surge ahora la censura, un vehículo compuesto por personajes de dudosa moral y de no menos dudosas e hipócritas costumbres que intentan velar por la salvaguarda de los españoles en un férrero y arduo pero vano intento de “purificar” y rescatar el mayor número posible de almas de tal manera que todo lo que oliera a teatro y mujeres era mirado con lupa. Son tiempos de hambruna y la revista alocada y frenética del primer tercio de siglo no parece muy oportuna. El empresario y tenor cómico Eladio Cuevas le propone a Celia incorporarse a su compañía para representar operetas y zarzuelas. En esa compañía figuraban entonces actores de la talla de Tino Folgar o la rutilante y antaño esplendorosa Mercedes Vecino. Se trataba de una compañía modesta que intentaba aliviar en lo posible y hacer más llevadera la grisácea vida de los españoles. Actúan así en diversas capitales de la península: San Sebastián, Bilbao, Santander, Burgos... llenando paradójicamente los teatros. Reestrenan El conde de Luxemburgo, La viuda alegre, La casta Susana, La del manojo de rosas... el día 13 de mayo de 1939 reestrenan en el Teatro Apolo de Valencia La duquesa de Bel Tabarín constituyéndose como un nuevo éxito. Era, en palabras de la propia Celia Gámez, “una compañía en la que hacíamos de todo”. Encontrándose en Burgos, la Compañía de Zarzuela y Operetas de Eladio Cuevas ha de interrumpir su actuación porque en la plaza de la catedral se va a representar un auto sacramental titulado El hospital de los locos bajo la dirección de un joven llamado Luis Escobar. Celia comprende entonces que la envergadura del teatro áureo es la que necesita el musical español. Se interesa en conocer al director y ambos deciden montar un nuevo espectáculo con un humor blanco y ligero en el que incorporan ritmos modernos para lo cual Escobar le presenta a un muchacho que toca la trompeta en la banda del Generalísimo. Su nombre: Fernando Moraleda; pero para Celia sería siempre “Fernandito” proporcionándole el maestro algunas de las mejores y más tarareadas melodías de toda su carrera artística: “El beso”, “La luna de España” o “El perdón de las flores” entre otras. A finales de 1939 Celia vuelve a Madrid reponiendo el 1 de febrero de 1940 en el Eslava El baile del Savoy e incorporando al mismo una marcha brasileña que prontamente se hizo popular: “Mamáe eu quero”. A partir de entonces, Celia incorporaría a todos sus espectáculos ritmos brasileños (sambas, zambas, marchas, marchiñas...) constituyéndose todos ellos en su puesta en escena en deslumbrantes espectáculos de luz y color que prontamente eran tarareados por el público. Este auge de los ritmos tropicales se debía en gran parte a las buenas relaciones existentes entre España y Portugal y su conexión con Brasil amén de la influencia del propio país carioca y de figuras como Carmen Miranda cuyas películas hacían furor en aquel momento. El 1 de marzo de 1940 y en el mismo escenario del Eslava, Celia estrena su primer gran éxito de la posguerra: La Cenicienta del Palace, con libreto firmado por un tal Carlos Somonte (seudónimo de Luis Escobar) y música de Fernando Moraleda. La obra constituyó un enorme revuelo, ya no sólo por los decorados y figurines que se encargaron expresamente para la ocasión a Víctor Mª Cortezo (“Vitín” como ella le llamaba cariñosamente) sino además por dos de los números más populares de la misma: un blues cadencioso y nostálgico que Celia entonaba a la perfección y que prontamente pasaría a escucharse en las radios de todo el país. Su título: “Vivir”. Además destacó la marchiña del mismo título en un alarde de alegría que hizo las delicias de todo el público. Celia, además, es conocida en todo Madrid por la férrea disciplina a que somete a los conjuntos de boys y vicetiples. El 31 de mayo de ese mismo año Celia repone Peppina reformada y con nuevos números y en septiembre, en el Tívoli de Barcelona, La Cenicienta del Palace, La duquesa de Bel Tabarín y Peppina. Pero será hacia finales de 1940 cuando Celia emprenda una nueva aventura: la cinematográfica, aunque nuestra estrella, ya había participado unos años atrás, mientras se encontraba en Buenos Aires, en el rodaje de dos producciones fílmicas: Murió el sargento Laprida (1937) y El diablo con faldas (1938). Así, Julio Flechner la dirige en la comedia ¡Rápteme usted! (1940) en donde una estrella del celuloide decide fingirse raptada para así acrecentar su popularidad. Posteriormente también intervendría en el semi-documental Flash 06 (1967) interpretándose a sí misma junto a Vicente Parra y Teddy Bautista. Ya en 1969 rodaría la versión cinematográfica de Las leandras bajo la batuta de Eugenio Martín contando como protagonista con una incipiente Rocío Dúrcal. También participó en la comedia musical Mi hijo no es lo que parece (1973) conocida como Acelgas con champán y mucha música dirigida por Angelino Fons y con la intervención de una de sus chicas de conjunto, Esperanza Roy. Su última aparición en la pantalla grande se produjo en 1981 en el film argentino El bromista. Pero volvamos a 1941. Celia repone en el Eslava en febrero La Cenicienta del Palace y posteriormente Peppina para dar paso el 14 de marzo al estreno de un auténtico “boom” de la época, la zarzuela cómica moderna Yola con libreto de José Luis Sáenz de Heredia y Federico Vázquez Ochando con música de los maestros José Mª Irueste y Juan Quintero. En Yola, Celia compartía cartel con Julia Lajos, Micaela de Francisco, Pepita Arroyo, Eulalia Zarzo, Remedios Lugar o Maruja Boldoba, amiga de Celia, quien posteriormente se casaría con el galán de la obra, Alfonso Goda. Yola nos trasladaba al ficticio Ducado de Claritonia en donde el Duque Calixto había de casarse de nuevo para conservar el trono al no haber podido tener descendencia en sus últimos cuatro matrimonios. Así, para elegir esposa, celebra una recepción a la que acude la Duquesa Rufa de Jaujaria acompañada de una cabra. Rufa es una mujer entrada en años y nada atractiva, todo lo contrario que Yolanda, Duquesa de Melburgo, quien llega a la fiesta para suplir a un familiar. Su aparición viene acompañada por un nutrido grupo de oficiales de la aviación quienes cantan junto a Yola el fox “¡Alas!”. Calixto se queda prendado de la belleza de Yola y la invita a quedarse para conquistarla aunque la chica acabará enamorándose del príncipe Julio, sobrino del Duque. El monarca de Claritonia celebra, en honor de su invitada una enorme cacería para impresionarla. Corre entonces el rumor de que Julio se ha fugado con la hija de una dama de la Corte, algo que irrita a Yola; pero Rufa de Jaujaria conoce la verdad: Julio ha sido secuestrado por el Duque y la sigue amando. Yola canta entonces su famoso “¡Mírame!”. Finalmente todo se resolverá con la felicidad de los amantes y la boda entre Rufa y Pelonchi, Consejero de Calixto, y el posterior soponcio del monarca al conocer que su sobrino está vivo. Un nuevo estreno tiene lugar el 13 de noviembre de 1942. Se trata de la trasposición del mito de Fausto con libreto de los mismos autores de Yola y música de Quintero y Moraleda: Si Fausto fuera Faustina, gracias a la cual el crítico Miguel Ródenas califica a Celia como un auténtico “demonio escénico”. La obra permanecerá en cartel hasta febrero de 1943 y en ella Celia cantaba un formidable fox lento con Alfonso Goda: “Contigo iré” y otro de tintes más dinámicos, “Un millón”. Nuestra estrella, siempre deseosa de innovar, incorpora nuevos músicos a sus estrenos como en la opereta Rumbo a pique (1943), musicada por Salvador Ruiz Luna, cuya acción nos trasladaba a una exótica isla antillana mostrándonos a una Celia que fingía ser princesa china. El 10 de junio de 1943 fallece su madre y se disuelve la compañía, reanudando su labor en septiembre, volviendo a llenar teatros y reponiendo sus éxitos. El 6 de enero del 44 moriría su padre, lo que provocaría un nuevo paréntesis en su actividad teatral. El 17 de abril de ese mismo año un nuevo estreno, Fin de semana de Ramos de Castro y Halpern donde Celia canta el exitoso bolero “Nacida para amar”. El 1 de julio, la carrera de San Jerónimo en Madrid se colapsa. Miles de curiosos y enfervorizados entusiastas de la vedette acuden a la iglesia de Los Jerónimos. Celia Gámez se estaba casando con el odontólogo donostiarra José Manuel Goenaga teniendo como padrino de la ceremonia al general Millán Astray, o, al menos, a lo que quedaba de él. Toda la supuesta “buenísima sociedad” madrileña comentó aquel singular suceso, de cómo una mujer que enseñaba las piernas podía haber llenado un recinto sagrado. La unión entre ambos no duraría mucho ya que Celia descubriría más tarde que su marido la engañaba con una de las chicas de su conjunto. Paradójicamente y frente al tremendo éxito en su trabajo, no fue muy afortunada en el terreno amoroso. Su fama de devoradora de hombres se vio granjeada por sus continuos fracasos sentimentales. Su primer novio, Vicentito Rey, hijo de un empresario teatral, se pegó un tiro. Darío López, veinte años mayor que ella, estuvo a su lado quince años y le compró el Eslava: “Nos quisimos toda la vida pero nunca me poseyó”, revelaría más tarde Celia, y es que, Darío López era impotente. Se enamoró del torero, Juanito Belmonte Campoy, pero no se casó con él por la temprana edad del joven. También cayó en los brazos de Fernando de Amboage, que murió en el frente, aunque ella no lo supo hasta que terminó la Guerra Civil. Más tarde y, tras su fracaso matrimonial, mantuvo un tórrido romance con el periodista Francisco Lucientes con quien acabó casándose en una boda civil celebrada en París. Pero ambos tenían caracteres muy fuertes y la relación terminó disolviéndose. Ella volviendo al teatro y él a Estados Unidos. Lo único que siempre lamentó Celia de su vida amorosa fue no haber tenido hijos. Paulatinamente, la actividad teatral de nuestra estrella va “in crescendo”. En la temporada 45-46 estrena en el Teatro Alcázar de Madrid la comedia musical Hoy como ayer, con libreto de Tono y música de Llovet y Moraleda contando con magistrales actores secundarios de la talla de Pepe Isbert, José Luis Ozores o Mercedes Muñoz Sampedro. De la obra destacan claramente números como el son “Cachumbambé” o el fox-tango “Tengo celos”; pero sobre todo y, muy especialmente, fue el pasodoble “Luna de España” el que consiguiera encumbrar al maestro Moraleda y a su intérprete al olimpo de las plateas españolas. La interpretación del número no pudo evocar mayores elogios y comentarios: una Celia Gámez subida en lo alto de una azotea de Nueva York, ataviada con un traje de gasas a lo Ginger Rodgers, mirando a la luna, sientiendo nostalgia por España y cantando... La luna es una mujer y por eso el sol de España anda que bebe los vientos por si la luna lo engaña. ¡Ay!, Le engaña porque.. ... porque en cada anochecer después de que el sol se apaga sale la luna a la calle con andares de gitana. El 11 de enero de 1946 y teniendo como escenario el Teatro Alcázar madrileño, Celia estrena Gran Revista, de Ramos de Castro, Rienzi y Moraleda, compuesta por 16 cuadros con distinto ambiente e ilustración musical. En dicha obra, subyace soterradamente una especie de homenaje al maestro Alonso en la forma del musical americano que en esos momentos invadía las pantallas; así se nos presentan números como el pasodoble “La florista sevillana” que recuerda al de “Los nardos” de Las leandras o la zamba “Gulú, gulú, gulú” donde Celia, ataviada con un sombrero repleto de frutas, se mecía cadenciosa y sensualmente al compás de sus caderas. La vedette parte de gira por diversas capitales españolas como Zaragoza, Valencia o Burgos. En septiembre repone Gran Revista y el 8 de noviembre estrena Vacaciones forzosas con libreto de Carlos Llopis y música de Irueste y García Morcillo. Con esta obra permaneceá en cartel hasta febrero del 47 y visitará distintos puntos de la geografía reponiendo otras de sus obras. Pero será el 17 de septiembre de 1947, el mismo año del impactante “boom” teatral de La blanca doble, cuando en el Alcázar de Madrid estrene la obra La estrella de Egipto, con libreto de Adrián Ortega y música de Moraleda, cuyo argumento se desarrolla dentro del mundo cinematográfico a caballo entre la época de los faraones y el siglo XX. En esta obra, el maestro Moraleda creó uno de los pasodobles más versionados del género y que más artistas han interpretado a lo largo de su carrera: “El beso”. Con esta obra permanecerá toda la temporada hasta volverla a estrenar en Barcelona en febrero del 48 y en septiembre, de nuevo en Madrid, la repone en el mismo escenario de su estreno original y reestrena Las leandras. Su éxito es tal que intenta por todos los medios volver a estrenar la obra en el mismo coliseo que en el que viera por vez primera la luz, esto es, el Teatro Pavón, pero, al parecer, razones de censura la prohibieron por completo. Hasta noviembre de 1949 Celia sale de gira por provincias, repone sus éxitos volviendo a obtener clamorosos aplausos de público y crítica. Celia Gámez se ha convertido ya, a sus 44 años, en una auténtica leyenda en el Madrid de la posguerra convirtiendo en oro todo lo que toca. Su actividad es frenética e incansable al desaliento: en mayo viaja hasta Buenos Aires donde descansa hasta septiembre; a finales de mes regresa a Madrid y repone en el Alcázar La Cenicienta del Palace hasta que el 30 de noviembre del 49 estrena una nueva obra. Se trata de Las siete llaves, con música de Isi Fabra y libreto de Adrián Ortega y permanece en cartel hasta abril de 1950. El 23 de noviembre de ese mismo año y nuevamente en el escenario del Alcázar estrena con libreto de Arturo Rigel y Francisco Ramos de Castro con música de los maestros Padilla y Ferri, la grandiosa opereta La hechicera en palacio. El maestro Padilla, quien había escrito en París para Maurice Chevalier y Mistinguete, creó un número cómico para el dueto que formaban Olvido Rodríguez y Pepe Bárcenas en mencionada obra. Celia escuchó la melodía, se acercó al maestro y le dijo: “Esto no puede ser un número cómico, esto es un número bomba... y lo voy a cantar yo”. Rigel y Ramos de Castro escribieron nueva letra y el resultado fue una de las melodías más importantes del género: “Estudiantina portuguesa”: Somos cantores de la tierra lusitana, tráemos canciones de los aires y del mar, vamos llenando los balcones y ventanas de melodías del antiguo Portugal... Oporto riega en vino rojo las laderas, de flores rojas va cubriendo el litoral. Verde es el Tajo verdes son sus dos riberas, los dos colores de la enseña nacional... Pero la revista en sí constituyó otro resonante “boom” teatral. La acción transcurría en el reino de Taringia, país maginario donde van a celebrarse las fiestas conmemorativas del tricentenario de su fundación. Patricia, la hechicera es llamada a palacio para curar la extraña enfermedad que aqueja al rey Cornelio. A cambio de tan milarosa curación, el monarca le promete la concesión de un deseo y la petición de aquélla no es otra que la puesta en libertad del pirata Arturo Taolí, condenado a muerte y acusado injustamente de haber asesinado al hermano de Patricia. La acción se ve complicada cuando regresa a Taringia el príncipe Picio acompañado de la Gran Duquesa del PomPón, esposa, a su vez del Duque Epi, consejero y amigo personal del rey. Patricia descubrirá que su hermano fue asesinado por orden de la reina Deseada, despreciada en su amor por Taolí. De entre todos los famosos números que inundan la obra es el titulado “La novia de España” el que las señoras aplaudieron enormemente al hacer referencia a las magnificencias que adornan a la mujer española. Para hacer esta obra, Celia contó entre sus filas con un jovencísimo Paquito Cano, posterior Locomotoro en la serie de Televisión Española “Los Chiripitifláuticos” y con Pedro Osinaga como boy. Representando el “boom” de La hechicera, Celia estuvo hasta 1953. Escogía para sus obras a los mejores músicos, los mejores decorados, figurinistas como Emilio Burgos, Víctor Mª Cortezo, Esparza, Simons... En la temporada 53-54 reestrena Yola en el Lope de Vega e intenta hacer lo que se hacía en París o Londres y monta en el mismo Lope de Vega de acuerdo con Francisco Lusareta el 11 de febrero la opereta Dólares de Rosillo y Moraleda. Con un endeble libreto, la obra constituyó su primer bache después de tantos años de interminables éxitos y aplausos aunque destacan de la misma el bolero “Vivo la vida por tus ojos” y el pasodoble en honor a la tierra natal de su padre, “Málaga”. Hacia finales de 1954, Celia decide disolver la compañía y, junto a su compañero sentimental de aquellos años, Francisco Lucientes, viaja a París donde fija su residencia con la idea expresa de abandonar su carrera artística definitivamente. Durante el poco más de un año que estuvo en la capital francesa, fue visitada en su domicilio por amigos y actores, a la par que se relacionaba con diversas personalidades del mundo de la literatura y del arte que la mantenían informada de las novedades teatrales en los escenarios españoles. Allí conoció a Luis Mariano y al compositor Francis López autor de las operetas de aquél y que, en su día, le hicieran famoso como Violetas imperiales, El cantor de México o La bella de Cádiz. Celia recibió en París la carta de un empresario amigo suyo, García Ramos, quien ponía a su entera disposición el Teatro Maravillas, totalmente renovado. Este hecho la anima a volver hacia finales de 1955. Una vez más, en España, la vedette tuvo la ocasión de conocer un libreto que su amigo Arturo Rigel había escrito junto a Ramos de Castro pensando en ella. La idea le entusiasmó y pensó en Francis López para ponerle música. Fueron días febriles e incansables jornadas laborales de ensayos y elección de coro, diseñando decorados y vestuario hasta que todo estuviera a la perfección. Así, el 19 de enero de 1956 y, en medio de una enorme expectación por el regreso a los escenarios de su estrella, el público madrileño asistió al estreno de El águila de fuego[6]. El éxito fue memorable y la obra se convirtió junto a Las leandras, Yola y La hechicera en palacio en las más importantes de la carrera de Celia. Las críticas resultaron unánimes y el público la vitoreaba y aplaudía sin un ápice de descanso. La obra relataba cómo una mística águila de fuego atacaba al conde Polenti en una cacería. La leyenda que al principio de la obra narra el viejo Yacub, quien regenta un parador de alta montaña próximo a la casa de la noble familia, cuenta que uno de los antepasados de los Polenti, al regresar de una guerra, encontró a su esposa con una niña a la que, abandonada en el bosque, la mujer había recogido entre sus brazos. Creyendo a la niña ilegítima, el conde dio muerte a la condesa y a la criatura. Un hechizo maldito arrebató el cuerpo de la niña haciéndolo vivir en las montañas, como mujer durante el día y como águila de fuego durante la noche; desde entonces y, bajo la forma de animal ardiente, sólo ataca a los descendientes de la familia Polenti. La maldición únicamente podía romperse con la muerte de uno de los descendientes o su amor por la mujer hechizada. Fascinado por la leyenda, Claudio, nuevo conde de Polenti, recorre las montañas en busca del águila de fuego, encontrándola al amanecer, justo en el momento de su transformación mientras canta el precioso bolero que da título a la obra: Soy el águila de fuego, yo soy la misma de ayer si me perdiera mañana no me dejéis de querer. En el fuego de un mal sueño veo mis alas arder, a otra vida y a otro ensueño yo me siento renacer. La luna se va escondiendo, ¿qué me trae, el nuevo día? Triste la luna me envía con su adiós, un amor. Soy el águila de fuego, por el día soy mujer ¿dónde está mi pensamiento? Ni me importa ni lo sé. Celinda, nombre que recibe desde ese momento la bella mujer, es invitada por Claudio a acompañarle y vivir con sus parientes y amigos y ésta acepta encantada, deseosa de conocer otros horizontes y otras sensaciones. Naturalmente el desenlace es feliz y Celinda queda liberada del hechizo por el amor de Claudio Polenti. Muchos fueron los números musicales de esta obra que alcanzaron tremenda popularidad en la época, destacando el pasacalle “¡Viva Madrid!” donde Celia da gracias a su público, a ese público que se seguía manteniendo fiel a ella a pesar de los años transcurridos. Con esta obra permanecerá en cartel hasta el año 58, momento en el que estrena nuevamente la opereta de Rigel y José Mª Arozamena, S. E. La Embajadora, también musicada por Francis López y en donde cantaba al público “¿Me voy o no me voy?” mientras éste respondía ensimismado que no se fuera. Fue ésta una obra refinada y que volvió a calar hondamente entre el auditorio que, noche tras noche, acudía a presenciar a su ídolo. 1960 acogería el estreno de La estrella trae cola en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, una especie de antología con números musicales entresacados de las obras de Celia, constituyéndose, pues, en un homenaje a tan insigne artista. La “fantasía musical”, tal y como la llamaron sus autores, Antonio Quintero y Jesús Mª de Arozamena, contó con una espectacular y desbordante puesta en escena, tal y como solía ser habitual en los montajes de la vedette. Una serie de números musicales bien hilvanados sacados de La ronda de las brujas, El ceñidor de Diana, Las tentaciones, Las leandras, Las castigadoras, Las cariñosas, La hechicera en palacio, Hoy como ayer, Yola, El baile del Savoy, Si Fausto fuera Faustina, La Cenicienta del Palace, S.E. La Embajadora, El águila de fuego, Hoy como ayer y Vacaciones forzosas hicieron de éste, otro éxito más en la imparable carrera ascendente de nuestra estrella. Aunque, lo que parecía ser una despedida de los escenarios, no fue sino una forma más de corroborar que al público le seguía gustando la vedette y que demandaba más y más de ella. Y Celia no les defraudó. En 1961, concretamente el 14 de diciembre y, en el escenario del Teatro Alcázar, “su teatro”, Celia representó ante el público madrileño la revista Colomba con libreto de José Mª de Arozamena y Luis Tejedor y música de los maestros Fernando Moraleda y Federico Moreno Torroba. Para entonces, Celia contaba con cincuenta y seis años y, todo el mundo que salía después de ver la obra comentaba: “¡Ay qué ver las piernas que sigue teniendo la Gámez a su edad...!” Y es que el paso del tiempo no perdona. La obra, sí, fue un éxito nuevamente, pero algo estaba comenzando a fallar. Algunos músicos de envergadura como Alonso o Guerreo habían desaparecido; los libretistas ya no acusaban esa gracia con la que años atrás solían salpimentar sus obras y el público, por su parte, parecía acusar cierto cansancio ante el género; pero, aún así, Celia elevó la obra a una categoría a la que muchos espectáculos revisteriles de la época hubieron de sucumbir. Parecía que el género frívolo estaba comenzando a declinar a la par que el reinado de su máxima exponente. En Colomba, sin embargo, destaca, por su garbo y por su gracia el formidable pasodoble “El perdón de las flores”, que el maestro Moraleda y ella, especialmente, dedicaron a Alfonso XIII y a su mujer.
Juan José Gomez Montijano Ruiz
Editado y Compaginado por El Tango y sus invitados