lunes, 27 de febrero de 2012

Carlos Tejeda

Carlos Tejeda



Carlos Tejeda: (80) habla como recitando, con la particular cadencia del tango. No es casual. Su vida ha marchado siempre al compás del 2x4. Nos acercamos a su puerta y ya desde afuera escuchamos los acordes de su “viola compañera” y el grave sonido de su voz. “Lastima bandoneón…” entona el hombre de pañuelo al cuello e impecable peinado. Son los versos de La última curda, que obran a modo de bienvenida. “Señor Tango” es el mote que le quedó a este maipucino luego de dedicarle más de seis décadas a la música ciudadana. Durante treinta años fue la voz de la popular Orquesta Típica de los Hermanos Mancifesta, que se disolvió en 2004. Mientras conversamos en su hogar, María, su esposa desde hace 57 años, nos sirve el té y Carlos va sacando uno a uno innumerables recuerdos de su pasado: un pesado disco de pasta del ’53 –el primero que grabó–, gran cantidad de casetes y fotos de sus giras de antaño. También abundan los testimonios del presente, como su último compact disc: Señor Tango. Los Mancifesta con Carlos Tejeda, que editó en 2008 bajo el sello Utopía; y el CD doble que Warner Music grabó y distribuyó en Latinoamérica, Estados Unidos, Canadá y Europa. Muestra los retratos de promoción que hizo para sus espectáculos junto con Carla Compagnoni y Joel Feriozzi, la pareja de pequeños bailarines que saltó a la escena nacional a través del programa de Marcelo Tinelli. “Fue una alegría. Yo los conozco desde chiquitos, de acá de Maipú. Los vi por primera vez cuando estaban aprendiendo a bailar. Estuvieron conmigo cinco años. Hacíamos un espectáculo muy bonito, en el que ellos bailaban y yo cantaba”, relata. Sobre su escritorio está además el Premio Escenario, que el año pasado le otorgó Diario UNO como“mejor solista de tango. “Fue una gran emoción, me sentí muy dichoso al recibir la estatuilla que representa a un cóndor en vuelo”, asevera con emoción.


 También se le viene a la memoria el recuerdo de su padre. “En su juventud, era cantor de comité, como era habitual en las campañas políticas de aquellos años. Recuerdo que se iba con una guitarra o un violín un jueves, volvía al jueves siguiente y le daba una serenata a mi mamá para que lo perdonara. ‘Llegaba en coche a la ventana de la moza…’, le cantaba”.

 – ¿Su papá lo influenció para que se dedicara al canto?
 – No. Me quería convencer de lo contrario. Sería por las malas experiencias que él había tenido que me pedía que no me metiera a cantar. “No, papá –le decía– yo voy a cantar y voy a triunfar”,
 – ¿Cómo se inició?
 – Yo no sabía cantar. Era locutor de la orquesta de José Chiaracani. Hacía glosas. Empezaba un tango y decía “la noche se ha vestido de gala” y muchas frases bonitas. Un día me pasaron a buscar por mi casa para ir a actuar y me enteré que justo había faltado el cantor. Entonces pregunté: “Maestro, ¿quiere que cante?”. Él me miró asombrado y me dijo “pero cómo, ¿usted sabe cantar?” Yo le respondí: “‘Téngame fe”. Y canté Corrientes y Esmeralda. Fue mi primer tango, el que me hizo sentir el primer aplauso. Estábamos en La Sidrera, en Tunuyán. Si en las orquestas había sólo un cantor, la gente lo aplaudía, aunque cantara mal (ríe). Pero les debe haber gustado, porque al rato el director me pidió que hiciera de vuelta el mismo tango. Al otro día –porque las orquestas trabajábamos casi todos los días– fuimos a Pedro Molina, que era un lugar donde había gente que sabía de tango. Chiaracani me dijo: “Vamos, no tenga miedo”. La verdad es que yo no tenía miedo. Subí, canté y me aplaudieron. Y hasta el día de hoy me ha acompañado ese sonido. Así empecé, cantando en una agrupación muy pequeña, muy de barrio, que tocaba sin orquestaciones, con todo “a la parrilla”, como se dice en el ambiente. Pero cantaba “como los loros”, me apegaba a un disco y que saliera como mejor se pudiera. Cuando entré a una orquesta profesional inmediatamente tuve que ir a aprender a vocalizar. Por ese entonces Bartolomé Romeo, de la Sinfónica, fue mi profesor y me enseñó a vocalizar, a afinar. Aprendí lo que era la música, después a tocar la guitarra y un montón de cosas que dieron sus resultados.

 – Usted fue la voz de toda una institución tanguera: La Orquesta Típica de los Hermanos Mancifesta, ¿cómo los conoció y se unió a ellos?
 – Yo con el tango empecé firme a los 15 años. A los 17 aprendí vocalización porque quería volar, me tenía fe, buscaba triunfar. Pero era tan joven que pensaba “cuánto me faltará para eso”. Y fui jalonando orquesta tras orquesta. Empecé con los Mancifesta en el ’51, cuando tenía 21 años. Pero ya venía de haber cantado con la orquesta de Juancito Olmedo, con la que teníamos bastante éxito y en la que estuve después que con Chiaracani. Entonces uno de los Mancifesta me buscó. Me dijo: “Vos tenés que venir a cantar con nosotros”. Además ofrecían pagarme más del doble. Decidí ser el cantor de los hermanos Mancifesta.

 – Fue la mejor decisión…
 – Yo hice la mayor parte de mi carrera en esa orquesta, fueron más de 30 años juntos. Hubo un período en el que ellos se retiraron por cansancio. Entonces formé La Orquesta de Carlos Tejeda, que era grande. Estaba compuesta por cinco bandoneones, cuatro violines, piano, contrabajo, cantor y locutor. Pero la disolví cuando los Mancifesta volvieron a actuar y me convocaron. Les pedí disculpas a mis muchachos, muy buenos músicos, casi todos egresados de la Universidad Nacional de Cuyo. Ellos entendieron que yo volvía a la orquesta que era el amor de mis amores. Esta segunda etapa con los Mancifesta fue la de más brillo. Viajábamos mucho por todo Cuyo y por una casualidad un casete nuestro, caserito, llegó a Chile. Fuimos a un encuentro en Valparaíso y allí nos escucharon unos señores de la Emi Odeón de ese país. Grabamos el primero de los once casetes –como se usaba en esa época– que hicimos en ese país. Se llamó Los Mancifesta en el puerto. Fue en 1957. Yo me ocupaba del trabajo previo a la salida de los discos. Tenía todas las “tortas”, que son las matrices sobre las que graba el cantor y luego las disqueras hacen las mezclas.

 – En un momento tuvieron más repercusión en Chile que en la propia Argentina…
 – Sí. Y a lo largo de muchos años. Cierta vez llegamos a Chile y nos sorprendieron con la grabación del primer CD: Cambalache 2000. A partir de ahí se interesó la Emi Odeón de Argentina , que nos editó un trabajo y luego nuestro representante, Lauro Sosa, nos llevó al sello Utopía, con el que grabamos cinco CD.

 – No muchos artistas editaban discos en esa época. ¿Qué fue lo primero que grabaron en nuestro país?
 – (Abre un armario y saca un viejo disco de pasta del ’53: Petitero. Los hermanos Mancifesta y su orquesta típica. Canta Carlos Tejeda) Éste se cae al suelo y se hace pomada (ríe). Es de 78 revoluciones. Lo sacó la discográfica Azteca, que ya no existe más, con la que también trabajó la orquesta típica de Appiolaza. Este disco se grabó en los estudios de la emisora LV8, con un solo micrófono y en grabación directa.

 – Sin ninguno de los “maquillajes” tecnológicos que hoy son tan comunes…
 – Estaba el micrófono, la orquesta cerca y basta. Lo que salía, salía. No existía eso de “pinchar” la cinta cuando algo se escucha mal o el cantor desafina, ni tampoco se podían hacer agregados.

 – Seguramente no debe haber sido sencillo vivir del tango, menos aún en Mendoza.

 – Al principio yo iba a cantar a cualquier lado con tal de hacer unos pesos. Esta casa la hice con mi garganta. Cada ladrillo es un tango que canté. Es algo que me emociona mucho. A la vez, ya a los 21 años había ascendido en la Municipalidad de Maipú y era director de Catastro. Allí trabajé 31 años. En mi carrera fue muy importante la aparición de la orquesta Mancifesta, que cultivó un ritmo muy adaptable al bailarín, muy cercano al de la orquesta de D’Arienzo. Eso gustaba mucho. De hecho algunas instrumentaciones eran de D’Arienzo y las otras las hacían Alfredo, Armando y Oscar Mancifesta. En los años ’50 y ’60 no había un solo lugar de los habilitados en Mendoza en el que la orquesta Mancifesta no hubiera ido. Mi vida ha sido un continuo andar cantando por todos lados. Ya sea con Chiaracani, con Juancito Olmedo, que lamentablemente murió electrocutado; con el conjunto Real, con talentosos guitarristas; con la orquesta de Aníbal Appiolaza… A los 78 años que tengo, lo que he conseguido y que me reconforta espiritualmente es, gracias a Dios, el aplauso de la gente. Lo digo con emoción pero sin pedantería. No piense que soy un fanfarrón. Esta tarde usted ha conocido a un hombre feliz, que ama lo que hace.
Verónica Oyanart en diario Uno de Mendoza en el 2009
Editado por El tango y sus invitados